jueves, 13 de noviembre de 2014

Es la verdad


Es la verdad.
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar





Cantando siempre así,
es la verdad,
te encontré, y a mi
me pude abrazar.
Me pude abrazar...

El lugar del que partí
es la verdad...
El tiempo que perdí
no hizo falta zanjar.
Me pude abrazar.

Inclusive volver
me hace bien a la piel,
mirar mi laguna
y mojarme los pies.



lunes, 10 de noviembre de 2014

El polvo en la parafernalia.




El polvo en la parafernalia.
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar

Fotografía: Jimena Castiñeyras
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/


Solo para casos de emergencia, sí. En casos de emergencia yo sigo un protocolo bien estricto, estipulado de principio a fin. Me ha tomado años seriar, catalogar y precaver cualquier imprevisto de cualquier índole. Cualquier imprevisto de cualquier categoría, los tengo todos bien observados, con mucho recelo, los tengo, digamos, como enjaulados. Sí. Así debe ser, por si la emergencia. En caso de emergencia, sí, estoy preparado.
Pasaron muchos años ya. Lo bueno es que sigo precavido, en caso de emergencia. Y veo que soy bueno, porque no he tenido sobresaltos. Han habido vientos de tormenta pero estuve precavido. No he necesitado de todo el protocolo, tan ensayado en miles de simulacros tan menesterosos. Menesterosos porque para el gran acto tengo preparada la mejor de las parafernalias. Pero lo tengo todo esperando a la gran oportunidad, al gran momento en que las condiciones estén dadas. Porque por ahora son solo vientos de tormenta, ninguna emergencia real. Me falta, además, algo... que no sé. Cuando se me revele será el momento.
Dicen que... Dijeron, alguna vez... Que mi vida es un formulismo en piel y hueso, en ambos sentidos de la palabra. Pero lo dijeron hace tanto tiempo que ahora el tiempo me ha dado, sin querer y sin notarse demasiado, la razón toda. Me ha durado el tiempo, precisamente. Me ha durado la vida. El resultado está aquí, y los que dijeron no.
Lo que me impacienta, lo que me tiene intranquilo es, sin duda, la solemnidad con la que aguardo el momento. No entiendo aún por qué. El momento no llega. Cada vez siento menos la corazonada del casi, del a punto, de estar tan cerca, esa sensación, ese roce imaginario que alimentaba mi vida protocolar y formulista, cargada de una esperanza que ahora, -suspiro-, está un poco caótica, he de admitir.
No entiendo qué es lo que pasa.
Ayer he buscado por todos lados los preparativos para el gran día. Aún no los he encontrado. Los aparatos rechiflones de la burla a los que apuntaban con el dedo, aquellos que dijeron... Tampoco logré hallar las invitaciones. Pero bueno, de todos modos no tengo ahora a quién invitar.
No entiendo, todavía, qué es lo que pasa. Voy de minuto en minuto tratando de recordar en qué posición era que sentía las corazonadas, cuál era la pose mágica... No era la pose, aparentemente. No hay roce. La parafernalia ya para mí es una montaña de polvo. Las telas de lindos colores que tenía preparadas son ya para mí viejos andrajos, un tumor de harapos raídos, pálidos. Las cornetas las he usado de pisapapeles, pisacartas. He escrito varias a aquellos que me decían de mi un formulismo en piel y hueso. No envié ninguna.
Hoy tuve una corazonada, después de tanto tiempo, pero más bien punzante. Sin importar me aferré a ella, no tuve opción, después de tanto neutro... Me aferré a esa sensación, pero con eso me despido de cualquier intención de volver el tiempo atrás. Después de tan anodino vaivén entre espera y somnolencia, un cáncer me ha traído a la vida un último respiro, ese que me dice que el tiempo pasó, y que encima, me muestra la puerta de salida.
No he sido del todo precavido...Y para eso tanta parafernalia. Hubiese descubierto el corazón con tiempo, si de todos modos, al final del ovillo el tiempo se nos tira encima para abrirnos en dos el espíritu. Y para eso tanta parafernalia...

viernes, 7 de noviembre de 2014

Sin efecto



Sin efecto.

Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar



Los años en reemplazo,
y la ausencia en mí.
Pero en tu piel hay más.
(sería como abandonar)

Y ni vos, ni yo.
No, no hay "todo bien"
Porque el gordi,
el gordi ¿cuándo vendrá?

Pero cuando se piensa
uhh, verdaderas canas
Y entre vos y yo
depende caminar.

En cambio es más fácil
guardar todo en la maleta
y cruzarse de piernas. 
Sentarse a ver los años.

La diferencia.
La ausencia
Tu piel expeditiva
y tu piel rugosa.
Camafeo de tu rostro
en las nubes,
las nubes como piedras,
las que vienen hacia acá.

Sentarse a ver los años
es morir.

Como escupirte en la boca,
o en la piel.
Y ni vos ni yo,
y no hay "todo bien"

¿Cuándo viene
el tiempo de ser?
¿Cuánto tiempo nos
cuesta el tiempo?

Como escupir
en tu boca,
o en tu piel.
No hay efecto.

Estoy en crisis,
y el camafeo de tu rostro
cae sobre mí
en una nube de piedra
llena de cronos.

Porque el gordi,
el gordi ¿cuándo vendrá?



Se me había ocurrido plasmar los sucesos de una pareja privada de la fertilidad en sus sexos.
De a versos muy remados fue saliendo, y bueno, sí, salió algo como eso, más o menos fiel. 

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Así


Así.

Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar



Invítame al sopor dulce
que antecede tu vuelo
de párpados cerrados
y grandes envergaduras,
de alas lánguidas
y endeble planeo hacia
el cenit en quién sabe dónde,
que sigue aguardándote con benevolencia.
Invítame a mí también.

Hazme en moldes,
hazme desde tu concienzuda entrega.
Hazme en consagración 
lo que en
alma
has
sido
siempre.
Hazme en invitación
lo que en
ganas
he
querido
siempre.

Muéstrame en silencio
lo que en palabras
no he podido
decir jamás. 

Enséñame, con párpados caídos,
dónde he de mirar
para encontrar
lo que en otros ojos
jamás encontraré.

Enséñame a buscar en vano,
entonces.
Invítame a volar 
para luego caer
-con estrépito clamor-
-con corridas lágrimas-
-con cabello al viento-

Muéstrame cómo rezar
sin creer más que
en el lugar de caída
o en el espacio vacío
donde guardan las súplicas
y miserias los
encapuchados
"de un mundo viejo"

Indícame el camino 
por el que, 
quizás,
pueda llegar a seguirte
el rastro,
alejado en tiempo,
en espacio,
en erudición
-existencial-,
algún día.

Algún día cuando te detengas, 
quizá te alcance,
si me invitas.

Algún día cuando te detengas,
será,
pero,
y de ser así,
prefiero no seguirte el rastro.
¡No te detengas!
No vuelvas ya,
es mejor así.

Siempre ha sido mejor así.

Fotografía: Jimena Castiñeyras
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/

domingo, 26 de octubre de 2014

Resquebrajados



Resquebrajados.
Marcos Hillebrand.
Shaquerla.blogspot.com.ar




-¿De qué está hecho el corazón, señora?
- En honor a la verdad, gran anciano blanco, no lo sé. ¿Usted qué?
-¿Yo qué, qué?
-¿Usted qué me dice?
- Yo digo que es cristal.
-¡Que trillado!, ¡Ja!
-¿Amor?
- Cliché
-¿Paz?
-¿Paz? ¡Ja!
-¡¿Motor?! ¡Motor!
-¡Motor, sí! Bombea la sangre. Motor, ¡sí!
-¿Motor, entonces?
-No sé, gran anciano blanco, ¿Usted qué?
-¿Yo qué, qué?
-¿Siente que es motor?
-¿Viéndome ahora mismo, dónde estoy, cómo he llegado a esta punto de madurez, de vejez, le parece que lo siento realmente así?
-Definitivamente no.
-Bueno, por eso para mí es cristal.
-Qué trillado.
-¿Y usted qué?
-¿Yo qué, qué?
-Qué es para usted, si no es ni cristal, ni amor, ni paz, ni motor?
-Motor ¿por qué no?
-Pero ¿me dirá específicamente qué es para usted?
-Viéndome aquí, con usted, por primera y última vez, ¿le parece que tengo corazón?
-Yo estoy aquí, igual que usted conmigo, con usted, y tengo mi corazón, es cristal. Y por eso mismo es que nos estamos viendo, quizás. ¿Por qué usted no tendrá corazón?
-Entonces para mí es un estúpido tumor en apariencia de motor. Es, en definitiva, lo que me conecta con el remordimiento de poder ser algo mejor, de tener la posibilidad de vivir.
-¿Y usted qué?
-¿Yo qué, qué?
-¿Se va a quedar o se va?
-Su tiempo terminó, gran anciano blanco. Viejo anciano blanco. Ya me voy.
-Cuide su tumor, entonces.
-Cuide su cristal, entonces.
-Hasta luego, entonces.
-Hasta luego.
Fotografía: Jimena Castiñeyras
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/


sábado, 25 de octubre de 2014

Mullida vejez



Mullida vejez
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar



Ruego usted pudiese verme riendo del destino. 

No por loco,
porque de los locos no me río,
bien los envidio.
No por borracho,
porque los borrachos somos 
un montón.
No por burlón,
porque para burlón estoy yo,
y de él me burlo.
No por intrépido y cabezudo,
como algunos lo ven.
No por cobarde y amedrantado,
como otros lo sufren.
No por reflejo del fracaso,
ni por desgracia de su ciclo
o su azar desentendido

Ruego usted pudiese verme a los ojos
mientras me río del destino.

Quizás así pudiese entender el por qué,

Y el eterno retorno...
Si no fuese Neitszche 
también me burlaría. 
Porque al fin y al cabo es
la misma forma
de deformarse
y reformarse,
de ser lo que se es
y nada más.
"Serás"
(si puedes burlarte de él)

Destino.

Me río de él por
los años de esperarlo,
porque me plantó.

Me río porque no es,
porque no toma forma,
porque no se palpa.  

No hay,
no existe.

Por eso estoy medio loco,
soy borracho y burlón.
Por eso a su costilla más.
Si pudiese verme a los ojos,
oírme,
tocarme,
compartirme,
sentirme,
ahondar en mí, 
buscar,
indagar, 
mullir,
todo los ir al alma
todos sus ir a mi alma.
Si pudiese...
Pero qué suerte usted no puede.
Seríamos dos,
y no estoy para compartir.
Me costó vejez tenerlo,
me costó esperarlo y que no aparezca.
Me costó dejar de creer en mí.
No está para compartir.

Si pudiese reírse usted también.
Si pudiese, joven, aproveche ahora.
No espere a viejo.


Fotografía: Jimena Castiñeyras
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/

jueves, 23 de octubre de 2014

Refilón soledad.



Refilón soledad.
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar



Tengo una llaga, y son tus yemas las únicas que saben endulzarla. Sobre esta lesión descansan mis desengaños y mis desesperanzas, mis desalientos. Todo yace y se articula en ese cáncer, la fiebre de mi porvenir; y tus manos endulzan la herida.
Dudo de mí si no hurgan tus manos mi dolor, mi abismo, mi quéserá tan discontinuo y tan frecuentado por esos apócrifos y manoseados fantasmas de un pasado de refilón.
Gracias a tus yemas por su maltrato suave. 
Gracias fiebre mía por dejarla hurgar despiadada.

Contratapa Pescado 2.
Yemas que tocan cuerdas
y herida que se abre.
Contratapa que le da sentido.

jueves, 16 de octubre de 2014

Le long de la route, querida.




Le long de la route, querida.
Dilo.

Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar



Si pasó soy yo.
Te miró, lo sé, soy yo.

¿Cuán descuidada estás?
Si no saludo es porque me fui.

Si tropezó soy yo.
Se rió, lo sé, soy yo,

¿Cuán alejada estás?
Si no te reíste y yo me reí.

Somos desconocidos entre sogas de algodón.
Descocidos entre habitaciones de hotel,
almorzando juntos desde algún lugar,
y soñando fríos cada uno en su ciudad.

Tu vaso, mis platos, tus cortinas largas,
las ventanas sin limpiar,
las copas nuevas y la caja de zapatos taco alto,
nuestras adicciones y tu lunar,
mis muestras de fe y tu esperanza de pan,
vacíos,
-aunque llenos de amistad-,
¿quién dijo que el amor es lo único que hay?

Volveré y volverás, espero
quizás el mismo lugar, la misma casa.

No digas distancia.
No digas amor.
Di verdad.


sábado, 11 de octubre de 2014

El terreno de batalla.



El terreno de batalla.
La totalidad en tres.

Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar
wescribe.co/u/marcos-hillebrand/profile



Todo se prefigura como una porquería.

La peor porquería es ese yo momentáneo 
y estentóreo -a fuerza de vacilaciones-
tan fácil de convencer,
que todo lo aplaude,
que todo le da bien,
que todo lo hace mejor,
que en se sabe el mejor.

Esa es la peor porquería.

Y esa peor porquería tiene en su núcleo
algo peor en su cualidad de porquería:
que es una porquería en alma,
ya no en moco
o tinta,
-o verborrea-,
es una porquería en alma.

-"Esto hace que se construyan, sobre la misma base -que para nada las condiciona-, dos porquerías, ese idiota inflado y este idiota que escribe a escondidas del otro idiota, que toma un mate que se le enfrió, toma otro para saborear la yerba en caliente, y lo escribe."

Dos idiotas disputándose una totalidad que,
inútil y estupefacta, 
cede ante su lucha,
olvidando todas las demás almas olvidadas
entre cráneo y cerebro.
-Las que martillan la humanidad
y le dan vida a los sentidos-

Por eso es siempre soy porquería.

Porque,
o soy porquería engreída,
que se infla y explota;
o soy porquería arrepentida,
que se arremanga y rezonga.

Esto haría prefigurarse una porquería en dos,
pero en realidad soy una porquería en tres.
Puesto que soy la porquería que dejan,
el terreno de batalla.
El territorio que ambos se cuestionan
tener que repararlo,
pero que a la hora de la verdad
ninguno se toma en serio el trabajo.
Cada uno, en su turno,
me aprovecha hasta el hartazgo,
y el otro que le sigue le imita
-soy yo quien imita ambos polos:
la peor-

Esa porquería soy,
la unión de ambos. 
El terreno de batalla.
El territorio en disputa.
La totalidad en tres.


Fotografía: Jimena Castiñeyras.
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti

domingo, 28 de septiembre de 2014

"Las almas -y los sueños- repudian todo encierro" (Cantata de puentes amarillos - Pescado Rabioso)

El tipo del que les hablo despertó de un saque tras una horripilante pesadilla: era un sueño que amanecía hecho realidad, luego despertaba, como sueño dentro de sueño, y todo era otra vez falaz. Un desengaño super agresivo, super bien, superchería si las hay. ¡ Caramba ! Se consagró de idiota el tipo éste del que les hablo al llorar como una cabra, unos alaridos horribles además, te juro que un asco el tipo. Se levantó y tuvo ganas de seguir soñando. Había dormido dentro del sueño, inclusive. ¡El tipo se durmió hasta soñando! Y viene durmiendo así los dos tercios de su vida, ¿cuánto le queda? ¿Un tercio y listo? ¿Cuánto? ¿20 años? ¿25? Y el tipo se duerme hasta en los sueños, y sueña que los sueños se le cumplen; pero cuando se levanta el tipo llora asqueroso como una cabra, que desgracia de imagen. ¿Cómo no prefigurarse una balsa que naufraga sin haber zarpado?
¿Cómo naufraga una balsa en el mar, si nunca zarpó? ¿Habrá requerido al rompimiento de las barreras de la materialidad, echándose a la suerte sin más, remando sobre arena y esperando encontrar el otro lado del océano tras un amanecer y despertar sobre granos dorados? ¿Habrá preferido la falsa arena que es capaz de tocar, antes que el cielo estrellado sobre el mar libertino, peligroso, y tan que uno se encariña con el paso del tiempo? Es, la balsa que naufraga sin nunca zapar, la tentativa inconsciente, llena de resignación, de destruir ese sueño que nos atraganta antes de hacerse realidad. ¿Cuál es mi mar? ¿Cuál es tu mar? ¿Quién me avisa a la hora de naufragar?



jueves, 28 de agosto de 2014

Memoria de algo que se borra.




Ángeles.
 Memoria de algo que se borra.
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar


Fotografía: Jimena Castiñeyras
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/
Link de la Foto: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/14714611038/
Click en la Fotografía para aumentar.


Ángeles arrastraba de antes problemas que aparentaban incurables. Ella no lo sabía, pero nosotros sí; o eso creíamos. La recuerdo tanto que su vacío todavía me llena. 
Un día no volvió a casa y cuando llamé a su celular no contestó. Había tomado un colectivo por la mañana hacia Rosario. Pasó unos días en casa de Miriam -su hermana- y su novio Carlos. Yo me enteré recién a los tres días, pero me tenía acostumbrado. 
Desde que la conocí siempre tuvo esa su forma de ser. Pero no fue hasta recién seis meses después del primer día de convivencia que comencé a descubrir los verdaderos problemas. No así las raíces. Una mañana decidió no levantarse y le dije que me esperase al mediodía, que llegaría de trabajar y saldríamos a pasear. Cuando llegué seguía acostada y no quiso levantarse. Así estuvo tres días y yo no sabía más que hacer. Tres días sin hablar de nada, solo unas escasas preguntas y respuestas desganadas como pelotas de ping pong rebotando una y otra vez en las cuatro paredes de la habitación. Al cuarto día, cuando llegué de trabajar y abrí la puerta sentí el aroma único de su sopa. Me levantó el ánimo, pesado. No puedo olvidar las sensaciones de aquel día. El departamento ya no era invisible, ya no era un cubo de cemento lleno de niebla en un espacio vacío de nuestra historia. El sabor en el aroma era delicioso, y cuando la vi ahí cocinando con una sonrisa, casi me caí, casi lloré. Yo me decía que simplemente había descansado de misteriosos trámites que la tenían a maltraer del otro lado de la almohada. 
Así como esa historia hubieron muchas, y cada vez se sucedían con más frecuencia. A comienzos del 2012 yo debía viajar cada quince días a Santa Fe para dar unas clases los viernes a la tarde y los sábados por la mañana. La primera vez volví el mismo sábado por la tarde, la segunda también. La tercera vez decidí visitar a Gerardo, un amigo que teníamos en común con Ángeles pero que no veíamos hace mucho. Ese fin de semana regresé el domingo; la encontré durmiendo y luego todo siguió normal, dos o tres días completamente postrada en la cama, a veces incluso la oía llorar. Pero no hablábamos, ella no quería hablar. A veces me acercaba para leerle alguna poesía, o alcanzarle algún libro. "Nadie la entendería" me dijo, y yo fui tan idiota de creérmelo. No hice más que eso, dejarla ser en la cama, dos o tres días. No debía ser así, yo debía haber hecho algo más, ella necesitaba un giro, aire, cambio. No bastaría nunca con verla ser un algo inanimado. Pero no lo sabía. Y ahora no sé si lo sé, pero para intentar no era necesario saber.
La cuarta vez ella fue conmigo, y lo pasamos bien, dormimos en el hotel de las veces anteriores y ella estaba alegre; había cambiado de aires, al menos un poco. Ya no fue dejarla sola en casa y saber que sus ojos no se abrirían en todo el fin de semana, que sus caderas le dolerían por tanto permanecer acostada. Era saber que no me extrañaría y no lloraría. Ella me extrañaba y lloraba por mi, yo lo sabía, pero aún así no me sentía querido. Me sentía un amuleto, pero yo le quería y eso me bastaba para permanecer a su lado. Si yo le servía, le seguiría sirviendo. 
La quinta vez me rogó no ir, la invité, me dijo que no, que quería quedarse, que no estaba bien. Me rogó que yo también me quedase, pero marché sin hacerle caso. Era mi trabajo y yo estaba convencido en que debía esforzarme. Es una buena filosofía, pero Ángeles necesitaba de mi tiempo, al menos un poco. El sábado a la mitad del día, a penas comenzaba a almorzar recibí una llamada que parecía venir de un paralelismo fantasmal. Me taladraba lenta y profundamente los cesos a la vez que se iba disolviendo en un escalofrío seco por todo el largo de mi espalda, deviniendo en un eco fatal: "Ángeles se suicidó, Rubén, se suicidó. ¿qué pasó? Se suicidó, decime, Rubén..." La voz de Miriam, suave pero rasposa, se desvanecía dentro de mi cabeza hasta desaparecer en un murmullo insoportable atado al mundo real del que ya no era actor. Caía lento en ese pequeño agujero negro sobre el que mis ojos se habían desmayado.

Ahora, un año después, la extraño, y ya no me esfuerzo tanto en el trabajo, no puedo. Recordarla me lleva tiempo y me demanda esfuerzo; pero me gusta recordarla, no me quejo. Sí me duele que los momentos se borren, lentamente, uno por uno. Sólo quedan o los más importantes o los más dolorosos... Pocas veces los más bellos. Pero no me quejo, me gusta recordarla. La sopa de aquel Martes y el Sábado soleado de la mudanza. El viaje a Mar Del Plata con Jazmin y Ernesto en su "Fitito" verde, las risas en el teatro, los abrigos en la playa y la ironía de abrazarnos porque teníamos frío en pleno 25 de Enero. 
Miriam a veces me visita y hablamos de Ángeles. Ella llora sus lágrimas mientras yo la observo y lloro por dentro, como casi todos los días. Sebastian, su hermano menor, ya tiene 8 años. No volví a verlo desde aquella semana de invierno en que vino de visita a casa con 6 añitos. "Tío", me decía, olvidarlo jamás. Miriam es lo último que queda en el mundo, vivo, que me conecta con Ángeles. Hasta hace tres meses tenía sus pertenencias en algunas cajas, pero Miriam me sugirió deshacerme de ellas y quedarme con lo más importante. Tengo en mi armario su vestido blanco a lunares rojos, tan pijama como vestido de gala; su cámara de fotos analógica, la poesía que le gustaba que yo le leyera cuando pasaba días en cama y la poesía que me escribía. Lo tengo todo tan intocable que ni la muerte se va a encargar más de alejarme de Ángeles. 
Pese a sus cosas, la casa está completamente muerta, no tiene más vida que las ventanas. No duele ni embellece, no hace nada, no dice nada, las paredes están quietas y mudas, frías. Algunas veces despierto en medio de la noche, alterado. Sueño el departamento lleno de vida como hace años, en algunas reuniones. Sueño al departamento hecho hogar. Sueño a Jazmín y Ernesto, a Gerardo, Agustina, Julio, todos bebiendo vino como aquellas noches en que poníamos discos de Jazz que no conocíamos y hablábamos hasta que la lengua se nos caía en el bolsillo y no articulábamos palabra más que "sí" o que "no". Y detrás de todos aparece ella, lenta y en forma divina. Pero su mirada me apena, y aunque esboza cariño me da tristeza, y me sonríe para no apenarme, y aunque intento reír no puedo. Lloro, y le hablo sin decir nada, le hablo con el alma.

-Ángeles. Ángeles, no te vayas ¿si? No te vayas, quedate. Ángeles...Ángeles...

Suelo soñarla, y todo es tan vívido que me gustaría poder engañarme con facilidad y vivir inmerso en el sueño. Sé, sin embargo, que son sueños, y que no es cuestión de días hasta despertar sino algunas pocas horas -cuando consigo dormir. Es por eso que a veces me paso dos o tres días tirado en la cama.

Un viernes que duró hasta el lunes, acostado en la cama, dormía y despertaba en secuencias de tres horas. Estaban todos, igual que las veces anteriores, bebiendo, riendo. Yo me acercaba al espejo cuando nadie me observaba, y lloraba en el reflejo, pero cuando ellos me hablaban entre carcajadas yo también reía, y no estaba ya llorando. Sin embargo el espejo seguía allí, y cada vez que me miraba veía mis lágrimas. Y cuando observaba a Ángeles ella no hablaba ni lloraba, y podía ver en su rostro que sabía que nosotros no la entendíamos en realidad, pero que tenía sus razones. Me sonrió entre las luces tenues y las copas de vino, miró al suelo, se tocó el cabello y se marchó justo antes de despertar. Entonces entendí que nosotros no entendíamos nada, absolutamente nada.
Me gustaría hacerte saber, de alguna forma, que estés tranquila, que cuando te olvide te voy a seguir extrañando.

martes, 26 de agosto de 2014

"Fragmentaicón en pos de Consolidación" y "Búhos que pesan"

Hurgando entre viejos archivos me alegré de hallar "Búhos que pesan" y mucho más al toparme con "Fragmentación en pos de Consolidación", no precisamente porque me agraden o deleiten, más bien por observar el cambio. Tantos meses me distancian hoy de aquellos textos que me enternece. Me gustan por eso, no voy a negarlo. Pero quizás sea esa ternura un mensajero que introduce sigiloso recuerdos que realmente "no recuerdo". ¿Tanto peso cargaban mis dedos? 




Fragmentación en pos de Consolidación
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar


-Le digo, es así. Siento ácido que arde viajando de arriba a abajo por mis venas. Desde mis pies, esfumando mis energías, luego sube y estalla en mi cabeza; y en su recorrido quema todo, quema mi alma. Me diría a mí mismo, si supiera, cuándo irá a parar, pero no sé. Me consolaría -o me desesperaría- saber entonces cuándo sucederá, pero no sé. Me diría a mi mismo, si supiera, cuándo comenzó, pero no sé. Y no sé, tampoco, cómo extirparlo.
¿Cómo dejar que fluya hacia fuera? ¿Me diría usted? Mis ojos no aguantan tanto brillo, mis hombros no aguantan tanto tirar hacia abajo o hacia arriba. ¿Cómo dejar que fluya hacia fuera? Dígame usted, señor.

  -Ajam...

-¿Sabe, usted, a qué me refiero?... ¿Me siente?... ¿llega hasta lo que le ruego llegue, a lo que espero alcance? Los huesos se me corroen, y sé que volverán otra vez a ser lo que fueron, pero me duelen ahora. Se trincan mis bases, frágiles bases que al final de todo ni sé si son mías o si son cartones que alguien dejó por aquí. 
Parece después de todo que existe, oscura, una verdad que estoy lejos de descubrir, pero que mis emociones sospechan. Mis enojos sospechan. El ácido es la fiebre de aquella verdad, que como siempre suele aparecer en forma de enfermedad. Las ideas no se me caen, no aparecen, no se vislumbran, es demasiado oscuro para lo que acostumbraba. Entonces cuando palpo, con las yemas de los dedos, alguna que haya caído al suelo configuro su forma, la tanteo en la oscuridad, me desespero. Me desespero y trato de asimilarla rápido, de discernir bien su forma en esta basta y ruda oscuridad que abarca de punta a punta mi pesada, rota y descocida mente. ¿Cuánto más hondo tengo que recalar? ¿Estará esperando alguna especie de inconsciente en la que guardo cual cajón mis más profundas verdades? ¿Qué me falta y qué me sobra? ¿Es algo que tengo que beber?, encuentro allí el alivio, sí, pero no. ¿Algo que tengo que comer?, encuentro allí el deleite, sí, pero no... ¿Todavía es tiempo de búsqueda? Dígame, señor. ¿Me diría usted qué debo hacer? Estoy desesperando, señor.

  -Ajam...

  -Otras veces, señor, me peleo a mí mismo, como un loco. Estamos todos nosotros y solamente yo, dentro de una gran habitación de mármol blanco que se balancea sobre cefaleas que vienen y van, y en medio una gran mesa traída del Olimpo mismo, donde todos  apoyamos las manos, y cruzamos las piernas en un gesto increíblemente soberbio. Posan sus ideas, pues, allí en la gran mesa. Hacerlas converger es un verdadero reto que aún no he logrado solucionar, no he tenido la suerte ni siquiera con esa "gran" y pobre ayuda que nos brindamos, bueno, me brindan. Él, el auto-compasivo, me llueve con auto-compasión las ganas de cuestionarlos a todos ellos. Entonces no tengo nunca la culpa, y Auto-compasivo entonces contenta con el resultado a favor de la postura suya. He llegado, en esas discusiones, a pensar que todos tienen razón y que ninguno tiene alguna buena explicación. No me queda más remedio entonces que darle la razón a Auto-compasivo y ofrecerle mis disculpas por el mal trato, y compadecerme entonces, por él y por mí.

  -Ajam…

  -Entonces ¿qué?, señor.

  -¿Cómo es que estamos entonces, señor, sólos aquí, nosotros dos? ¿Y los demás? ¿Y el Auto-compasivo?

  -¿Qué está queriendo decir, señor?   
- Es tan claro como esta mesa del Olimpo y estas paredes de mármol blanco, señor. Hemos logrado reunirnos los dos. Ya no se ha desintegrado lo suficiente como para confundirse, señor. ¿Logra ver lo que yo veo? Pues yo veo lo que usted ve, y por usted veo, y por usted pienso. ¿Me dejarás regresar? 

- No señor, me temo que no. Estoy en aprietos y no me sirve entonces hablarle de mí, si usted no me ayuda. Le he dicho todo, le he contado sobre la gran verdad que no he podido descubrir, sobre la fiebre, el ácido, Auto-compasión, mis miserias, mis ganas, mis dolores, mis totalidades, mis enfermedades... y usted no sabe que decirme. ¿Usted no sabe que decirme?

- Bueno, pues lo ha logrado no ahora, sino conmigo. Lo ha pensado todo usted, lo he pensado todo yo. Sin embargo yo puedo marcharme si ese es su deseo, y podrá ser feliz usted, por primera vez fragmentándose de verdad. A veces soy yo el problema, su problema. Nuestro problema.

-No, señor. No hasta derramar todo el ácido de la verdad y derrumbar sobre nosotros, sobre mí, las paredes de tan pulcro y al mismo tiempo sucio mármol blanco.





Búhos que pesan.
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

Abrí los ojos y destaparon mis oídos con un golpe "¡Pum!". Después, silencio. Sopla un viento tímido, lejos. Siento mis ojos como una cortina de polvo que bajan hasta mi nariz y me contamina cada vez que respiro, estoy ahogándome con lo que no puedo ver. Sé que es difícil, pero existe una sensación en mí de que esto siempre nos pasa alguna vez en la vida. Si echo a correr tropiezo, eso también lo sé. 
¿Cómo sé que no es un sueño? ¿Por qué estoy tan seguro? ¿Es porque no soy feliz, pero tampoco es una pesadilla? Esta pasando de verdad, en los sueños uno es feliz o uno tiene pesadillas, no hay más alternativas. Esto es real; no estoy siendo feliz pero está lejos de ser una pesadilla, como las pesadillas que dicen ser pero que son en realidad unos asteriscos de goma cayendo como lluvia desde un cielo sin estrellas ni nubes, desde un vacío producto de una conciencia histérica.
Puedo oír el sonido de los búhos, por aquí, por allá, por detrás, bajo mis pies. Siento estar sobre una lámina, una delgada lámina de fe a punto de romperse, librándome la vacío, al agua helada, donde unos árboles asoman sus copas húmedas y donde un montón de búhos observan a los caídos que se ahogan lentamente. Caen los cuerpos inanimados. No, los cuerpos exánimes -a los que curiosamente mi mente se refiere como exanimis-, hasta el fondo, topándose con una delgada lámina de silencio incorruptible tanto como insondable. Ese silencio incorruptible no escucha una sola palabra, no importa qué diga uno, o qué hable uno, no escucha ni habla, no echa frase alguna; y no tiene fin, no puede verse ni su fondo ni su delgadez, ni su fragilidad ni su ancho, es un gran universo silencioso de vacío negro que brilla y deja ver en su reflejo a uno mismo, pero sin rostro, solo dos puntos negros y brillantes como botones.
No sé cómo lo sé, pero lo sé, lo siento. Los búhos parecían advertirme. Ahora parecen cantar un himno de clemencia, siento que quieren arrancarme el alma del cuerpo, quieren tomarla con sus garras y volar alto, turnarse para zamarrearla aquí y allá en un revoloteo siniestro, mientras las demás claman posadas en sus ramas. Aún no se ha roto mi capa de fe, pero yo no me he movido, y me están arrancando el alma. Y se ablanda mi fe, de a poco. Siento que si me muevo la lámina se desgarra. No quiero caer al frío sideral y frío. Prefiero dejar que los búhos me destrocen y dejen volar libre mi alma, trapo viejo que ya no sirve para tener fe. 
Desperté, luego, con un gran susto. Tomé aire y comprendí que los búhos eran los años.

sábado, 23 de agosto de 2014

Dos trastornados.



"Dos trastornados"
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar



Descarté la idea de perderme al ver que, 
después de una semana y algunos días,
vos también buscabas lo mismo.

Dos trastornados golpeándose con la mis-
ma fuerza, con las mismas ganas de presumir
una inmortalidad, aunque sin sentido, 
auténtica por la forma de lastimarnos.

Por ver quién resiste más y quién llora
menos nos reímos, nos burlamos el uno del 
otro.
Y así nos amarramos al pasado; aquel pasado
que nos vio cicatrizando de la mano,
y que hoy le cuenta al presente sobre
nuestra humillante forma de recordar
que nos necesitamos.

Dos trastornados, 
dos que se necesitan.

Fotografía: Jimena Castiñeyras.
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/
Link de la foto: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/8438537185/in/photostream/

viernes, 22 de agosto de 2014

Entre sábanas.



"Entre sábanas"

Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar



La posición que tomamos en torno al frío, 
lejos cada uno de su génesis,
lejos de nuestro génesis, me duele.
Mudarnos de nosotros, cada uno bus- 
cando algún corazón tornasolado que
nos quite de nosotros me duele.
Pero sé que es inútil, porque en privado
yo te escribo y vos me cantas.
Y pintados los dos nos entramamos
entre recuerdos, y al rato entre
sábanas otra vez.

"Crónica del homeless burgués con la casa vacía."



"Crónica del homeless burgués con la casa vacía."

Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

    Segundos después de comenzar a contarle a Constanza lo que me ocurría, tímido y sin levantar demasiado la voz, un vagabundo nos interrumpió pidiéndonos monedas. Constanza no tuvo oportunidad de luchar contra su inherente y bella generosidad. Yo no pude seguir. Cuando retomamos el paso, después de haber demorado algunos minutos hurgando nuestros bolsillos, ella volvió al tema y preguntó qué me ocurría.

- Ya no recuerdo bien.- Le dije y seguí paso.

Observaba las copas de los álamos silbando Minor Swing mientras Constanza me contaba algo que sonaba como una especie de tragedia. Su bulldog ingles y unos aparentes problemas de respiración innatos, creo. Pensaba en silencio; debía ser ya. 

Cuando llegamos a su casa y vi que sus hijos llegaban en simultáneo del colegio me contuve. 

- Ya llegó Jorge.- Dijo al ver el auto de su marido a un costado del garaje

Allí terminó de descargar sus balas. Una aniquilación despiadada, sin querer. Me agradeció, como siempre, mis esfuerzos por hacerle ameno aquel trabajo que ambos detestábamos por igual y yo, después de un silencio profundo, respondí con certeza.

-Bien, Constanza. Bien. Recordame nomas como aquel vagabundo; yo te voy a recordar como Constanza.

Observé su rostro lleno de confusión por un momento y luego me marché con las manos en los bolsillos y silbando Minor Swing. 

Esa misma semana renuncié a mi trabajo y me mudé de ciudad; quería estar lejos de Constanza, lejos de sus hijos y de su adinerado y estúpido marido; pero sobre todo lejos de aquel vagabundo con el que sentí tanta afinidad al llegar a casa.

Fotografía: Jimena Castiñeyras;
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/
Link de la Foto: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/8438560603/
(Que lindo queda el blog con esta fotito)

jueves, 21 de agosto de 2014

Crónica de un tiovivo estático.


Crónica de un tiovivo estático.
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar

Algunos días después de dejar de lado "Once días de Buque" me embarqué en lo que sería mi mejor cuento; y lo digo porque sé que el tiempo me dará la razón.
Sin conocer siquiera cómo funciona la razón, la abandoné al tiempo, buen encargado irresponsable de mi destino. 
¡¿Qué iba a hacer si no?! Era lo único que me quedaba. Pensándolo mejor, siempre fue lo único que tuve. 
Y así es que ni de mi tiempo ni de mi destino soy el dueño, lo único que aún me respeta y cumple conmigo es mi entusiasmo, que al mismo tiempo tiene un solo destino: matar al sin destino y sin tiempo con una buena dosis de desilusión.
Odio al entusiasmo, tan kamikaze.



martes, 12 de agosto de 2014

¿Qué me queda cuando disfruto no tener nada?



¿Qué me queda cuando disfruto no tener nada?
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar


Escucharlo crepitar sobre hojas de otoño fue delirio del más dulce,
y un enamoramiento de no acabar.
Pero dejarlo escapar resulta, después de todo, igual de placentero,
como dormir con los ojos abiertos,
y vivir y nunca despertar.

No son cosas, pero es lo que tengo.
Son las sensaciones que todavía guardo.

El escozor de rescatar diapositivas pálidas
de noches escondidos del ruido de afuera
es lo único que me perturba al dormir,
Y me despierto, amparado por la frescura matinal,
recuerdo el sueño y no estás, y si no estás ya más en mis sueños
¿por qué espero verte al lado mío compartiendo la brisa?

Gracioso es que me regocija saberte cobarde,
nauseabundo de mi despropósito que te trae de cabezas.

Pero te las arreglaste para escapar,
y dejar en medio de mi demencia un pequeño interrogante,
¿qué me queda cuando disfruto no tener nada?



Nota a color graciosísima: 
                                    Los versos se escribieron solos mientras escuchaba el Jazz alegre de Charlie Parker, las cuatro últimas canciones del disco Now´s the time. Las canciones son: Chi-Chi; I remember you; Now´s the time; y Confirmation.

*Re-editado a las 23 horas 49 minutos, el mismo día de la "subida" 

jueves, 7 de agosto de 2014

Una canción.



Una canción
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar


Aló, somos voces trémulas;
¿Qué tal? Anocheció.
Aló, viandantes sin ningún lugar.
Querida ¿qué nos pasó?

Encontrarme en otra vuelta
al que hoy te reduce a la mitad;
Abandonarlo en mi reflejo;
saber que siempre no va a ser igual.

Aló, somos voces trémulas;
¿Qué tal? Anocheció.
Aló, viandantes sin ningún lugar,
Querida ¿qué nos pasó?

Salud, por los labios rotos:
Beber de la sangre que cayó.
Salud, somos la humanidad,
jugar con fuego al qué se yo.

Y hoy ¿dónde estoy?
Si no se oye ni un adiós.
¿Quién sos vos?¿quién soy yo?
Pregunto... comiendo mi canción

Aló, somos voces trémulas;
¿Qué tal? Anocheció.
Aló. Viandantes sin ningún lugar,
Querida ¿qué nos pasó?



.

El álter ego a destiempo.


¿De qué estoy hecho?


Nota primerísima: 
                         Pensé sobre quién era él, y en una conclusión que me demoró unas varias vueltas al asunto resolví que no era ningún álter ego del pasado, y que probablemente, por cómo se dan las circunstancias, yo sea su álter ego del futuro, pero con un humo de verdad que me hace respirar menos (no inflar tanto el pecho) y caminar más. Algo así como un aprendiz de lo que fue, y un arrepentido de lo que podría ser si fuese, aún hoy, él
De todas formas no soy más que hoy, y estoy hecho de eso mismo, pero con la ventaja de poder recordarlo, tanto valiente como ingenuo, a él. Y en todo eso hay algo que florece y no para, ni desde su ingenuidad ni desde el actual escepticismo a medias: la palabra.
Él es el maestro que arrepiente y enorgullece mi pasado, que no habla pero habló. 

Ahí va. 

El álter ego a destiempo: confundido.
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

      -Lo más probable es que haya cambiado completamente su forma de vestir, y en consecuencia no puedo reconocerlo. Porque por algún motivo que aparentemente desconozco, él se olvidó de ser lo que era, y ahora no está, se quedó en el tiempo. Y quizás sí… obviamente sí; las razones están veladas por ese manto de su inevitable incomprensión y ese reservarse constante frente todos, frente a ustedes, frente a mí. 
Y no me sirve ahora que me digan que nadie lo sabia, y que los que -aunque ahora esté todo aparentemente bien- en los tiempos de bien me apoyaron -o mejor dicho, lo apoyaron a él y le embellecieron y le entretuvieron y divirtieron- tampoco lo sabían. No puedo creer, no es algo que pueda aceptar, tamaña incógnita… tamaña ocultación no cabe -quizás por lo taxativa que resulta la circunstancia que logra reducir hoy mis ganas- en mi cabeza. Y quiero aclarar que eso afecta directamente en mi osadía y en mi atrevimiento a la hora de volver a caminar sobre un camino tan blanco y tan vacío. Pero lo hago, eternizo la palabra. 
Y aunque quiera, no estoy seguro de si él está extraño y es casi un desconocido por su malgastada gana y su zaparrastrosa forma de vestir, cubierto de andrajos pasados; o por un renovado escepticismo ceñido sobre un entusiasmo prevenido y vigilante, latente en mí. Y es tan ancha mi duda, porque esos andrajos deteriorados eran nuevas telas de una efímera seda circunstancial, directamente proporcional a mi entusiasmo virgen, carente de las zancadas que solo una bien argumentada crítica podría proporcionarme. Defectuoso e ingenuo, descuidado y por decirlo de algún modo crudo: insuficiente; en la frente llevaba escrito “ahí voy, y ¿quién me para?” Y mientras tanto me mentían, o fingían –o creían en- un frágil don de cristal que yo mismo me encargaba de regar y enterrar en esa tierra que cubría las rajaduras que crecían y me llegaban hasta el cuello. 
Todos esos andrajos pasados que hoy lo cubren a él, yo se los fui dejando después de cada topetazo que yo mismo me atribuía. Y como un buen regalo que sobrepasa los límites de lo conocido, fue recibido de mala manera. Aquel mal-gastado y mal-usado, pero bien aprendido, ahora carga contra mí en cada oportunidad y entre golpe y golpe me dice palabras, sin hablar, que duelen pero que conquistan en mi rumbo un paso más; un paso silencioso bien en el medio de los pensamientos que al oírlo acallan y resuelven en una idea limpia antes de serle indiferente por un tiempo más. 
¿Por qué nadie me dijo la verdad hasta tal punto de recibirla toda de una sola vez, tragarme el nudo y tratar de mejorar? No fue precisamente él el encargado de darme unos golpecitos en la espalda y hacerme oír lo que decía. Fue él, sin embargo, el encargado de recibirlos. Y hoy lo recuerdo, tanto valiente como un crédulo entusiasta. Y hasta quizás en un tiempo vuelva a recordarlo y me sume, siendo hoy yo también -pero no existiendo más como ser, sino como seré-, a ese crédulo entusiasta y valiente ingenuo. Pero al menos no como un escéptico a medias en un traje de carne de “relajado pero perdido”. Y también quizás, en un futuro vuelva a decir: “Las razones están veladas por ese manto de su inevitable incomprensión y ese reservarse constante frente a todos, frente a ustedes, frente a mí… ¿por qué nadie me dijo la verdad hasta tal punto de recibirla toda de una sola vez, tragarme el nudo y tratar de mejorar?”
Me confundo... pero eterizo la palabra. 


.

domingo, 3 de agosto de 2014

Si solo existiesen "yos"



¿Cómo sería? 
Pequeña conclusión 
¿pre-cuento?

Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

  Después de encontrarme por primera vez conmigo mismo, en la calle, tuve pesadillas. Soñé que de pronto todos en la vía pública eran la misma persona: yo. ¿Se imagina? Un orden y un control aberrante, todos entendiéndose, no reconociéndose también, porque eso es obvio. Y del día a la mañana algunos dormirían, y de la noche al día algunos otros despertarían y beberían, solos, a pesar de conocerse los unos a los otros como parte de un mismo cuerpo.



.

viernes, 1 de agosto de 2014

Un ángel entre la hiedra.


Un ángel entre la hiedra.
Marcos Ezequiel Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar


Si se entrega al placer una vez más
será olvidar por qué y cómo,
si volando bajo inclusive sueña,
y se acuerda de nosotros.

Y si algún día decidiera volver, 
ya no sería más un ángel entre la hiedra.
Y no se va a acercar, ni por algo,
ni por nadie, ni a nosotros.


.

jueves, 31 de julio de 2014

Pecas de sangre.


Pecas de sangre.
Marcos Ezequiel Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com


      Entró y parecía una tintorería cualquiera. ¿Qué otro estado de ánimo podría uno sentir frente a todas esas máquinas, que no sea la indiferencia? No había mucho por lo que alegrarse o entristecerse. Un establecimiento donde tiñen o lavan la ropa, uno paga y se la devuelvan impecable. 
Él no iba mucho a las tintorerías, y si en un mes hubiese necesitado ir dos veces, iría a dos tintorerías distintas; y si necesitase ir tres, iría a tres distintas. Este acto peculiar de no menudear un mismo sitio, con la misma gente, podría llevar detrás un complejo de apatía por crear lazos o vincularse con las personas, y quizás también un complejo de superioridad. Al verlo le traía a uno la sensación de asco, disimulado, intentando no hacer creer al mundo de que estaba bajo sus pies, y que él sentía caminar sobre él. Lo disimulaba, si, pero si uno le observaba bien podía verse, discreto, entre los dientes, esos aires de superioridad. Él no se sentía observado, pero le observaban a veces, eso es un hecho. Alguien siempre descubre tus cadáveres de a poco.
Un empleado, Manuel, como decía su uniforme, llevaba uno de los carros de estanterías cubierto con una lona blanca. Pasó detrás de una de las cabinas de planchado, pasó por un umbral que accedía a la zona trasera donde los clientes no podían pasar, dejó el carro y volvió. Cuando Sosa le vio acercarse se acomodó frente al mostrador y sin precipitarse aguardó . El empleado lo miró, sonrió y permaneció inmóvil con las manos sobre el mostrador. Sosa no saludó y explicó que había dejado unas camisas y unos pantalones de vestir hacía tres días. El empleado asentó, sonrió sin decir palabra y se marchó. 
Ya ni recordaba cuál era la camisa que en realidad estaba sucia. En el pantalón no se notaba la mancha. Rojo sangre, se camuflaba en el negro clásico de la tela del mismo. Pero la camisa sí, la camisa tenía una pequeña mancha en la manga derecha y junto al último botón, debajo del ombligo. Dos pequeñas salpicaduras. Dos pecas de rojo sangre que podían arruinarlo. Siempre fue así y no dejaría de serlo, su meticulosidad y perfeccionismo hasta en los más pequeños detalles le habían valido a Sosa el andar campante por ahí, pisando el mundo con los tacos de sus zapatos, envileciendo las calles del centro y las baldosas de las plazas.
¿Cómo se habían salpicado ahí esas tres pequeñas gotas? De verdad, el pantalón no le molestaba; eran las diminutas pecas rojas en la camisa las que le hacían perder la cabeza. Aquel día cuando volvió a su departamento y vio las salpicaduras le dio mochadas y topetazos a la pared de durlock que separaba el living-comedor de la cocina. Fueron segundos de furia, enloqueció por un rato y se compuso. Automáticamente después se sacó la corbata, el saco, la camisa y el pantalón; se bañó y llevó la ropa de una semana a la tintorería, no podía llevar solo esa camisa, solo ese pantalón. Algunas camisas inclusive estaban limpias, algunos pantalones planchados, pero los arrugó y comprimió dentro de una gran bolsa negra, una de las últimas del paquete del mes pasado. La vez anterior se había encontrado, al llegar a su casa, con un cabello en una de las mangas de su saco de gabardina marrón oscuro. A veces se idolatraba, bien, pero algunas también se aborrecía y tenía ganas de estrangularse por idiota.
El empleado tardaba. Sosa comenzó a inquietarse, algo extraño en él. Comenzó a inquietarse y a sentirse observado. Recordó aquel cabello, las dos manchas de sangre como salpicaduras y su idiota presunción de incompetencia para con los empleados de la tintorería. Manuel no aparecía y Sosa comenzaba a mirar para los costados. Su disimulo era excelente, pero comenzó a transpirar la espalda. Un sudor frío le recordaba el rocío del Martes cuando al abrir el baúl de su Renalut Logan tomaba del interior una bolsa negra, pesada, y la arrojaba a un contenedor. Por primera vez comenzó a sentirse de verdad observado, y a que quizás lo hayan observado detenidamente varios días atrás, y recién ahora, en una tintorería en el centro, esperando que un empleado presuntamente incompetente le trajera sus camisas y sus pantalones -entre los que estarían su pantalón negro clásico manchado y su camisa clara con pecas de sangre muerta-, se diera cuenta. Detrás de la cabina de planchado alguien se cayó, la empleada más anciana yacía en el suelo y todos acudieron a socorrerla, tres clientes que esperaban también se asomaron por sobre el mostrador para ver lo que ocurría mientras la señora se quejaba de un dolor. Sosa giró sobre sus pies para ver qué pasaba pero antes de desentenderse de su malestar unas manos golpearon el mostrador detrás de él. 
El empleado lo miraba fijo y no decía nada. Sonreía. Sosa se entregó a su complejo de superioridad por un segundo y tomó la bolsa azul donde estaban sus prendas. Estiró de los bordes pero el empleado no la soltó. Tiró con más fuerza y nada. Mientras tanto, todos atrás observaban a la señora que comenzaba a levantarse. Sosa observó el rostro de Manuel, sonreía mientras sostenía con fuerza la bolsa. El rostro de Sosa comenzó a desfigurarse frente al empleado incompetente que le hizo sentir que estaba sobre él. Sosa se sintió pisoteado, advertido. Tiró con más fuerza y se la quitó casi cayéndose de espaldas. Se acercó una vez más para pagar. Manuel no dejaba de sonreír mientras le miraba fijo a los ojos y tomaba el dinero.
-Disfrute señor, y vuelva cuando quiera. Cuídese -Dijo por último y "cuídese"  retumbó en la cabeza de Sosa.
Condujo rápido, subió las escaleras corriendo y casi derribó la puerta. Tiró la bolsa sobre la mesa y la desgarró, comenzó a sacar las prendas de ropa y ninguna camisa estaba salpicada, ningún pantalón tampoco manchado. Se arrojó sobre el sillón y respiró pesadamente.
Después de unos minutos sonó el timbre. Bajó y antes de abrir la puerta vio una caja con sus datos escritos en la parte superior. Saludó a Don Medina, el portero, y éste le mencionó sobre la caja y un cartero. Sosa subió y abrió la caja. Habían una carta y una bolsa azul, pequeña. La abrió y estaban su camisa clara y su pantalón negro, cada prenda con sus respectivas salpicaduras. Comenzó a sudar, los oídos se le ahogaron en un pitido sordo dentro de su cabeza. Aturdido y apretando los dientes tomó la carta. Abrió el sobre y desplegó el papel sobre la mesa.
        "No caben dos cuerpos en la misma zanja, ni dos manchas en un mismo filo."
Atte: Un artista como usted.
PD: No piense que no le observan.


-

jueves, 24 de julio de 2014

Terminar despacio. El olor a mandarinas y un cliché bastante visto.


"Terminar despacio."
El olor a mandarinas y un cliché bastante visto.

Marcos Ezequiel Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com

Pude ver, por un pequeño resquicio de tus palabras, que podría meterme allí, bajo tu piel. Pude ver. Pude ver bajo tus palabras. ¿O dejaste que yo viera? Si lo hiciste con algún propósito me gustaría saberlo; si esa pequeña hendidura existe del azar para que alguien, cualquiera, entrase, eso también me gustaría saber. 
Pensé muchas cosas a lo largo de tu visita, ¿sabías?, esa visita que poco a poco fue tomando pista en ese algo que ni yo sé qué es, y que es, nada más ni nada menos, yo. En el momento mejor, que no fue precisamente a la hora de sacar las conclusiones -bien cualquiera podría haber notado que no fueron pocas-, pude apreciar que tu forma de hablarme y al mismo tiempo de no prestarme atención, o dicho un poco mejor, no interesarte en llegar más profundo, hizo estallar en mi las ganas de olvidarte, creer que podría, a partir de allí y de la pequeña hendidura que dejaste, entrar a tus ojos, a tus manos, a tus palabras, y obligarme a olvidar.
Luego te fuiste. Y yo quizás un poco presuntuoso, algo soberbio, sí, intenté buscarte con disimulo bajo las huellas de tus zapatos a lo largo del pasillo por el que todas las mañanas paso para ir a trabajar, pensando en que después de todo, el arrogante no era yo. Siempre es el mismo ciclo. Te gustaría saber, estoy seguro porque te conozco tanto como te conocía -o un poco menos-, que hago todos mis esfuerzos -tal y como lo pedías todos los días, todos los mediodías, todas las noches- para inclinar mi cabeza y tratar de relegar eso que metros atrás, bajo tus huellas, te hacía aparecer como un fantasma detrás de la puerta.
Es necesario aclarar que no todo tiene que ver con todo, pero que a veces una cosa sí tiene que ver con todas.
Las fotos de mi padre enciendieron en lágrimas una noche de martes que se consumió a la par del cigarrillo, en un pedazo de almohada sin funda y dos colchas llenas de polvo, guardadas desde antes de febrero. ¿Cuándo fue la última vez que te tapaste con alguna de ellas? ¿Estaban salpicadas ya con el polvo asqueroso del recuerdo y de un promiscuo y vulgar invierno? Amaneció un miércoles ordinario y anodino como todos los anteriores hasta aquel miércoles en el que guardamos juntos las colchas porque el invierno, suave, ya había finalizado. Prometían -¿cómo olvidarlo?- soles de verano cálidos, que después de todo fueron apáticos días de un verano indiferente. Las fotos de mi padre seguían ahí donde las últimas dos lágrimas se despidieron sirviéndome una pesadumbre amarga, estaban secas. Guardé las fotos dentro de una caja que ya no te pertenece. Luego marché camino al trabajo.
Hubo un episodio en la historia a continuación de tu espalda en que busqué capitular el ciclo de arrogancia y sufrimiento, presuntuosidad y abandono. Lo conseguí, pero reabrí el camino unas semanas después. Hoy, cuando volvía del trabajo, un olor a mandarinas procedente de una verdulería a dos cuadras de casa me reanudó, recobré algo de mi  memoria insolente, tan a tu favor. El olor, el olor, cuántos recuerdos. Cuando comíamos mandarinas juntos, ¿ya pensabas todas esas cosas de mí? Me acuerdo cada palabra de lo que me dijiste y de lo que no me dijiste también, todos los silencios, tus miradas, también el despedirte taciturno, hundido en un montón de imágenes vacilantes. Aquella imagen, no la puedo borrar. Estaba aturdido, lo recuerdo bien, me invadió un silencio espeso como la brisa brusca que me atropelló después de que cerraras la puerta con una destemplanza que no merecía, y no es por arrogante que lo digo. No lo merecía. No sé si ya pensabas todas esas cosas mientras comíamos mandarinas en la quinta que tus abuelos dejaron a tus padres. 
Todo fue cuestión de días, un poco de discordia, falta de acuerdo en algunas ideas, en algunos proyectos, en algunos aspectos de tu vida y de la mía, todo fue materia de unas pocas horas, quizás cien. Y advertí todo eso al sentir el aroma de las mandarinas. Como manipulado, corrí hasta casa y me puse a escribirte todas estas cosas. Y no es por presuntuoso ni dañino, bien ya te lo supe explicar. Esa hendidura que dejaste y el olor de las mandarinas, tu extraña forma de hablarme y no darme cuidado ni lugar, todo me manipuló. Y aunque con un poco de asombro, no tengo reparo ni culpa en admitir que después de todo me introduje en tus manos y en tus ojos y en tus palabras, pero por sobre todo, también en tu estúpida arrogancia de idiota sin rumbo.
Espero hacerte llorar, o verte volver sobre tus huellas. Porque te odio, pero por sobre todo te extraño. 
Cariños.
  
  


Nota aparte.

  Este cuento en forma de carta, esta historia de un desenlace contada por uno de los protagonistas en medidas partes, basándose en un recuerdo para nada fugaz, lo escribí en más tiempo que el resto de las entradas que suelen llevarme una sentada en las que empiezo y termino, como sacándome las ganas de escribir de encima porque eso me gusta. Traté de lograr lo que vengo practicando en las anteriores entradas, conectar el comienzo con el final en un salto donde el desenlace se da sin una estructura dura.
  El primer párrafo salió solo, sin muchas ideas, por ahí con un claro suave en el horizonte más próximo, pero lo dejé estacionar en el escritorio y después de unos días hice unos arreglos y salieron otras oraciones más. Así fue el proceso hasta llegar a los dos o tres párrafos. Para esas alturas el documento en word tenía como nombre "Terminar despacio", como sugiriéndome a mi mismo que lo haga tranquilo, con parsimonia. Lo terminé hace varios días, pero con el objetivo de subir la vara un poco en cuanto a la calidad de las entradas que me dispuse a llevar a cabo en Shaquerla, pasó varias revisiones. Hoy está acá.
  Cuando estaba ya metido en la historia de estos dos personajes, me di cuenta de que tenían que ser una pareja de hombres, quizás por la arrogancia del uno y la admiración del otro, tan maravillado a la figura de su otra parte tan brutal. Esas son conclusiones detrás de las paredes, sin mucho argumento. Sensaciones. 
  Cuando terminé las revisiones y mastiqué el cuento un par de días volví a leer el nombre del documento, "terminar despacio", y de repente me dije que coincidía con las ganas del protagonista de olvidar y volver a ver a aquel que se fue sin más. Como una conexión, y el punto fuerte, el olor a mandarinas junto con el nombre del documento y un cliché bastante visto con el temita "te odio te extraño", me animé a subirlo al blog. 

    
Saludos.
Marcos.

lunes, 21 de julio de 2014

Quien sí, y quien no. ¿Quién no ambos?


Ambos, ¿quién no?
Marcos Ezequiel Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com


Hay cosas que ahogan
y cosas que desahogan.
Hay ahogados que nacen
y ahogados que mueren.
Hay quienes ayudan, 
y hay quienes no.
Hay quienes ahogan a los demás
y quienes desahogan a los demás.
Pero existen en particular
un ahogado y un desahogado
que a pesar de no llevarse bien,
y de ahogarse y desahogarse entre sí,
viven bajo la misma piel.





.

viernes, 18 de julio de 2014

Densidad ilegible II


Densidad Ilegible II
Marcos Ezequiel Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar


Violín soñado.

          Violinistas Húngaros tocan la última pieza frente al emperador y sostienen el equilibrio que va cayendo de a poco como la nieve a los alrededores del continente europeo. Envueltos en sus melodías hablan con las manos y se defienden de las miradas. En un espacio pequeño, tras los demás instrumentos y tras los otros violinistas aparece el pequeño anciano de barba blanca y cabello seco. Siente el devenir de la música y el olor de la guerra. Sabe que una peste se acerca y que tarde o temprano se verán en la obligación de apagar los instrumentos, de poner a correr el tiempo, de dejar que la noche apague las velas, que la nieve deje de caer, la luna ilumine y el fuego deje de calentar. Piensa el violinista húngaro y se convence de su absoluta degradación y de las heridas en el alma que le carcomen poco a poco el cráneo, dejando en absoluta libertad el cerebro, a punto de explotar en medio de una gran sala. Y a su cabeza entran con facilidad los aplausos. Y sin darse cuenta yacía de nuevo en su cama, descalzo, con la luna rebosante en un cielo sin estrellas, y al lado de un fuego frío entre los árboles congelados por el viento sin hogar. Despertó. 


La comodidad del azur.
          Encontrará un abismo donde caer parado, y se lastimará porque le hace bien. Encontrará al final de la calle un templo abandonado donde rezarle a sus dioses muertos, y fingirá estar vivo a cambio de tener en sus manos el destino de sus días, y fingirá también el besar y el abrazar, con la lástima y la pena de haber vendido el alma sin darse tiempo de haber amado primero. Encenderá el hilo encerado sobre el cabo de una vela de hielo, y los dedos le dejarán de funcionar, no le harán caso, y no podrá escribir ni rezar ni acariciar, porque la vela dejará de dar luz, se apagará en agua helada por haber iluminado, y los pies también se le mojarán, entonces no podrá tampoco caminar ni correr ni jugar. 

El valle predilecto y las montañas mironas.

Era extraño saber y tener la seguridad de que él andaba dando vueltas por allí, en forma de quién sabe qué -de alma diría mi abuela y de perro diría él mismo-, entre las montañas que no dicen nada, ni me cuentan si él anda por ahí. Tanto miran, tanto miran que no dicen nada, y están asombradas por la magnificencia de su vuelo, aunque yo no lo veo, y quizás ellas tampoco, lo sienten, que anda por allí cantando en silencio y en transparente fulgor. Era extraño saber también que yo de un momento al otro terminaría allí volando también a su lado, pero en soledad. Su compañía es fría o calurosa, pero nunca es compañía, y eso también me resulta extraño saber. No sé como sé, pero yo sé. Ahora ando tranquilo y entiendo qué es lo que pasa, y que aquel quién sabe en qué forma ahora es una respuesta clara y libre, en forma de viento.