jueves, 24 de julio de 2014

Terminar despacio. El olor a mandarinas y un cliché bastante visto.


"Terminar despacio."
El olor a mandarinas y un cliché bastante visto.

Marcos Ezequiel Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com

Pude ver, por un pequeño resquicio de tus palabras, que podría meterme allí, bajo tu piel. Pude ver. Pude ver bajo tus palabras. ¿O dejaste que yo viera? Si lo hiciste con algún propósito me gustaría saberlo; si esa pequeña hendidura existe del azar para que alguien, cualquiera, entrase, eso también me gustaría saber. 
Pensé muchas cosas a lo largo de tu visita, ¿sabías?, esa visita que poco a poco fue tomando pista en ese algo que ni yo sé qué es, y que es, nada más ni nada menos, yo. En el momento mejor, que no fue precisamente a la hora de sacar las conclusiones -bien cualquiera podría haber notado que no fueron pocas-, pude apreciar que tu forma de hablarme y al mismo tiempo de no prestarme atención, o dicho un poco mejor, no interesarte en llegar más profundo, hizo estallar en mi las ganas de olvidarte, creer que podría, a partir de allí y de la pequeña hendidura que dejaste, entrar a tus ojos, a tus manos, a tus palabras, y obligarme a olvidar.
Luego te fuiste. Y yo quizás un poco presuntuoso, algo soberbio, sí, intenté buscarte con disimulo bajo las huellas de tus zapatos a lo largo del pasillo por el que todas las mañanas paso para ir a trabajar, pensando en que después de todo, el arrogante no era yo. Siempre es el mismo ciclo. Te gustaría saber, estoy seguro porque te conozco tanto como te conocía -o un poco menos-, que hago todos mis esfuerzos -tal y como lo pedías todos los días, todos los mediodías, todas las noches- para inclinar mi cabeza y tratar de relegar eso que metros atrás, bajo tus huellas, te hacía aparecer como un fantasma detrás de la puerta.
Es necesario aclarar que no todo tiene que ver con todo, pero que a veces una cosa sí tiene que ver con todas.
Las fotos de mi padre enciendieron en lágrimas una noche de martes que se consumió a la par del cigarrillo, en un pedazo de almohada sin funda y dos colchas llenas de polvo, guardadas desde antes de febrero. ¿Cuándo fue la última vez que te tapaste con alguna de ellas? ¿Estaban salpicadas ya con el polvo asqueroso del recuerdo y de un promiscuo y vulgar invierno? Amaneció un miércoles ordinario y anodino como todos los anteriores hasta aquel miércoles en el que guardamos juntos las colchas porque el invierno, suave, ya había finalizado. Prometían -¿cómo olvidarlo?- soles de verano cálidos, que después de todo fueron apáticos días de un verano indiferente. Las fotos de mi padre seguían ahí donde las últimas dos lágrimas se despidieron sirviéndome una pesadumbre amarga, estaban secas. Guardé las fotos dentro de una caja que ya no te pertenece. Luego marché camino al trabajo.
Hubo un episodio en la historia a continuación de tu espalda en que busqué capitular el ciclo de arrogancia y sufrimiento, presuntuosidad y abandono. Lo conseguí, pero reabrí el camino unas semanas después. Hoy, cuando volvía del trabajo, un olor a mandarinas procedente de una verdulería a dos cuadras de casa me reanudó, recobré algo de mi  memoria insolente, tan a tu favor. El olor, el olor, cuántos recuerdos. Cuando comíamos mandarinas juntos, ¿ya pensabas todas esas cosas de mí? Me acuerdo cada palabra de lo que me dijiste y de lo que no me dijiste también, todos los silencios, tus miradas, también el despedirte taciturno, hundido en un montón de imágenes vacilantes. Aquella imagen, no la puedo borrar. Estaba aturdido, lo recuerdo bien, me invadió un silencio espeso como la brisa brusca que me atropelló después de que cerraras la puerta con una destemplanza que no merecía, y no es por arrogante que lo digo. No lo merecía. No sé si ya pensabas todas esas cosas mientras comíamos mandarinas en la quinta que tus abuelos dejaron a tus padres. 
Todo fue cuestión de días, un poco de discordia, falta de acuerdo en algunas ideas, en algunos proyectos, en algunos aspectos de tu vida y de la mía, todo fue materia de unas pocas horas, quizás cien. Y advertí todo eso al sentir el aroma de las mandarinas. Como manipulado, corrí hasta casa y me puse a escribirte todas estas cosas. Y no es por presuntuoso ni dañino, bien ya te lo supe explicar. Esa hendidura que dejaste y el olor de las mandarinas, tu extraña forma de hablarme y no darme cuidado ni lugar, todo me manipuló. Y aunque con un poco de asombro, no tengo reparo ni culpa en admitir que después de todo me introduje en tus manos y en tus ojos y en tus palabras, pero por sobre todo, también en tu estúpida arrogancia de idiota sin rumbo.
Espero hacerte llorar, o verte volver sobre tus huellas. Porque te odio, pero por sobre todo te extraño. 
Cariños.
  
  


Nota aparte.

  Este cuento en forma de carta, esta historia de un desenlace contada por uno de los protagonistas en medidas partes, basándose en un recuerdo para nada fugaz, lo escribí en más tiempo que el resto de las entradas que suelen llevarme una sentada en las que empiezo y termino, como sacándome las ganas de escribir de encima porque eso me gusta. Traté de lograr lo que vengo practicando en las anteriores entradas, conectar el comienzo con el final en un salto donde el desenlace se da sin una estructura dura.
  El primer párrafo salió solo, sin muchas ideas, por ahí con un claro suave en el horizonte más próximo, pero lo dejé estacionar en el escritorio y después de unos días hice unos arreglos y salieron otras oraciones más. Así fue el proceso hasta llegar a los dos o tres párrafos. Para esas alturas el documento en word tenía como nombre "Terminar despacio", como sugiriéndome a mi mismo que lo haga tranquilo, con parsimonia. Lo terminé hace varios días, pero con el objetivo de subir la vara un poco en cuanto a la calidad de las entradas que me dispuse a llevar a cabo en Shaquerla, pasó varias revisiones. Hoy está acá.
  Cuando estaba ya metido en la historia de estos dos personajes, me di cuenta de que tenían que ser una pareja de hombres, quizás por la arrogancia del uno y la admiración del otro, tan maravillado a la figura de su otra parte tan brutal. Esas son conclusiones detrás de las paredes, sin mucho argumento. Sensaciones. 
  Cuando terminé las revisiones y mastiqué el cuento un par de días volví a leer el nombre del documento, "terminar despacio", y de repente me dije que coincidía con las ganas del protagonista de olvidar y volver a ver a aquel que se fue sin más. Como una conexión, y el punto fuerte, el olor a mandarinas junto con el nombre del documento y un cliché bastante visto con el temita "te odio te extraño", me animé a subirlo al blog. 

    
Saludos.
Marcos.

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