Densidad Ilegible II
Marcos Ezequiel Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar
Violín soñado.
Violinistas Húngaros tocan la última pieza frente al emperador y sostienen el equilibrio que va cayendo de a poco como la nieve a los alrededores del continente europeo. Envueltos en sus melodías hablan con las manos y se defienden de las miradas. En un espacio pequeño, tras los demás instrumentos y tras los otros violinistas aparece el pequeño anciano de barba blanca y cabello seco. Siente el devenir de la música y el olor de la guerra. Sabe que una peste se acerca y que tarde o temprano se verán en la obligación de apagar los instrumentos, de poner a correr el tiempo, de dejar que la noche apague las velas, que la nieve deje de caer, la luna ilumine y el fuego deje de calentar. Piensa el violinista húngaro y se convence de su absoluta degradación y de las heridas en el alma que le carcomen poco a poco el cráneo, dejando en absoluta libertad el cerebro, a punto de explotar en medio de una gran sala. Y a su cabeza entran con facilidad los aplausos. Y sin darse cuenta yacía de nuevo en su cama, descalzo, con la luna rebosante en un cielo sin estrellas, y al lado de un fuego frío entre los árboles congelados por el viento sin hogar. Despertó.
La comodidad del azur.
Encontrará un abismo donde caer parado, y se lastimará porque le hace bien. Encontrará al final de la calle un templo abandonado donde rezarle a sus dioses muertos, y fingirá estar vivo a cambio de tener en sus manos el destino de sus días, y fingirá también el besar y el abrazar, con la lástima y la pena de haber vendido el alma sin darse tiempo de haber amado primero. Encenderá el hilo encerado sobre el cabo de una vela de hielo, y los dedos le dejarán de funcionar, no le harán caso, y no podrá escribir ni rezar ni acariciar, porque la vela dejará de dar luz, se apagará en agua helada por haber iluminado, y los pies también se le mojarán, entonces no podrá tampoco caminar ni correr ni jugar.
El valle predilecto y las montañas mironas.
Era extraño saber y tener la seguridad de que él andaba dando vueltas por allí, en forma de quién sabe qué -de alma diría mi abuela y de perro diría él mismo-, entre las montañas que no dicen nada, ni me cuentan si él anda por ahí. Tanto miran, tanto miran que no dicen nada, y están asombradas por la magnificencia de su vuelo, aunque yo no lo veo, y quizás ellas tampoco, lo sienten, que anda por allí cantando en silencio y en transparente fulgor. Era extraño saber también que yo de un momento al otro terminaría allí volando también a su lado, pero en soledad. Su compañía es fría o calurosa, pero nunca es compañía, y eso también me resulta extraño saber. No sé como sé, pero yo sé. Ahora ando tranquilo y entiendo qué es lo que pasa, y que aquel quién sabe en qué forma ahora es una respuesta clara y libre, en forma de viento.
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