jueves, 3 de julio de 2014

Un par desde el decimoquinto, otro desde el decimocuarto.


"Un par desde el decimoquinto, otro desde el decimocuarto."

Marcos Hillebrand.


Él odiaba el andar de aquí para allá de la vecina de arriba. En el decimocuarto los pasos retumbaban con un sonido como de goma, amortiguado. Ésto le desesperaba y se ponía como loco, insoportable, daba vueltas e intentaba contenerse, controlar la exasperación, la intranquilidad, la impaciencia. No entendía qué es lo que tanto hacía la vecina, esa vecina que nunca veía, ni en los pasillos, ni en el ascensor, ni cayendo desde el decimoquinto como sí le gustaría.
Mucho le encantaba que los pasos cesaran y se marcharan. Amaba el chirrido de la puerta al cerrarse y saber que la insoportable vecina huía intranquila al trabajo y regresaba recién cuando ya las estrellas se veían en el encendido cielo de la ciudad, que también odiaba a veces, sobre todo a la hora de pasear, los ruidos atacaban sus sensibles tímpanos, llegaban como una histérica lluvia de vidrios rotos y, a pesar de que concentraba sus percepciones auditivas en su respiración y anulaba los exteriores, no bastaba para mantener un paso tranquilo y sin alteraciones, mucho menos podía evitarse las ganas de morder a todo el mundo, o atacar a los reconocibles malintencionados de la ciudad.
Un miércoles se encontraron en el hall con la "hermosa" vecina de arriba y descubrió ahí sus grandes enemigas, las botas de cuero y suelas de goma, esas que lo volvían loco. Tuvo ganas de atacarlas, romperlas y hacerle entender que estaba harto de su indecisión a la hora de salir, su ir y venir de punta a punta, el pasearse por todo el departamento causándole molestias. ¡Estaba harto! ¡Harto! Quizás estaba a un simple paso de amortiguado sonido, a un simple paso de botas con suelas de goma de odiarla. Pensándolo mejor, ya la odiaba. ¡Estaba harto! Quería atacar esas botas, quería destrozarlas, quería arrojarlas desde el decimocuarto, o desde el decimoquinto. Tal vez un par en cada piso, y que nunca más vuelva a escucharse paso alguno en el apartamento de arriba. Quería silencio en el decimocuarto. ¡Estaba harto! ¡Harto!
Pero la hermosa vecina del decimoquinto se iba, y nada más alcanzó a verla saliendo del edificio con paso veloz. No tuvo la oportunidad, pero sabía que la vería pronto una vez más. Y tiraría un par en cada piso. Un par en el decimocuarto, un par en el decimoquinto. Y tal vez le lastimaría los tobillos también a la vecina, así no la escucharía caminar nunca más, indecisa antes de salir.
Habían sido 15 minutos horribles los de aquel sábado por la mañana hasta que la vecina se marchó, había sufrido y arañado las paredes, la puerta, había mordido las almohadas, todo para contorlarse. Estaba solo, pero seguro de que si alguien lo viese no entendería, y quizás le gritaría, o golpearía, o insultaría "loco" "¿qué hiciste?". Sin embargo ya estaba tranquilo. Obviamente estaba solo, como todos los sábados en la mañana. Su compañía era el espejo, aunque a veces olvidaba que ese era su reflejo y lo miraba desafiante, hasta parecía a punto de atacarlo, cuando desistía recordando que realmente era eso, un espejo. A veces si, parecía loco.
Vivía con Mariana, y la observaba andar antes de salir, ¿por qué la vecina de arriba no era como Mariana? Ella sabía lo que hacía, se vestía rápido y salía rápido, no caminaba mucho y mucho menos hacía ruido. Andaba en medias y al llegar a la puerta se calzaba las zapatillas para irse, ni siquiera azotaba la puerta. Siempre la observaba atento a todos sus movimientos, le encantaba más que cualquier otro momento esperar al más culmine, antes de salir, cuando se acercaba al espejo y se rociaba su perfume de frescor inigualable. La quería de sobremanera y se lo hacía saber, sobre todo, en sus silencios profundos de miradas cariñosas, y en las noches al frotarse entre sus manos pidiendo un cariño que siempre aparecía. A veces dormía entre sus manos y bien metido en su pecho. Y también a veces, o casi siempre, despertaba por el sonido amortiguado de las botas de la vecina de arriba, y enloquecía, y Mariana le retaba.
Un lunes se vio ofuscado al encontrarse con que Mariana y la del decimoquinto habían entablado amistad, y esto al mismo tiempo lo confundió tanto que de pronto no sabía si debía sentirse engañado o alegrado. Sintió que merecía una explicación pero luego se le olvidó. El jueves de esa semana la vecina de arriba invitó a Mariana a cenar y él fue con ella. Mariana no tenía nunca problemas de llevarlo a la hora de hacer nuevas amistades, podría decirse que era un bien portado, un bien educado. No estuvo dispuesto, al comienzo, pero después de unos cariños fue sin problemas.
Al entrar no saludó ni miró, aunque Mariana se lo pidiese. La del decimoquinto hizo como si no le importara y entraron. Ellas comían y bebían poco, él ya había terminado y estaba recostado sobre sí, observando el espacio entre la puerta cerrada y el suelo, por donde entraba la luz del pasillo que se encendía en algunas veces, y luego permanecía a oscuras. Después de desconcentrarse y observar distintos puntos del departamento vio las botas, vio las botas y recordó que estaba harto, ¡harto! En completo silencio se levantó y corrió hacia ellas. Tomó una del par e intentó arrojarlo por la ventana pero ésta era muy alta, y él no medía más de medio metro, intentó saltar y no consiguió más que la atención de Mariana y la del decimoquinto. Intentaron frenarlo pero corrió y destrozó el par que había conseguido tomar. Luego de hacer añicos la bota frente a la mirada confundida de la vecina de arriba y los retos de Mariana escuchó que ésta se había resignado en detenerlo y hablaba con la del decimoquinto.
-Perdoname, Constanza, nunca es así. No sé qué le pasó, perdoname- Le dijo muy apenada. Él soltó la bota sin más y la observó bien destrozada, asegurándose de que no sirviese más.
-No pasa nada, Mariana. Pero cuidado, tenes un pitbull muy terrible...Medio agresivo- Y rió forzado mientras abría la puerta, como echándolos.
La noche no pasó a mayores ni hubo más retos. Mariana no le habló hasta dormirse, ni hubieron cariños. Él se acostó en su cucha y durmió  hasta el otro día. Despertó contento por el silencio de los pasos y comenzó a mover la cola y sacar la lengua, como explicándole a Mariana que lo que había hecho era por el bien de los dos. De pronto el sonido retumbante de unos tacos hicieron que se quedara estático. Mariana se rió y quizás entendió. Lo acarició y esperaron a que la indecisa del decimoquinto se marchara.
Ahora tenía un par de tacos por destrozar.



2 comentarios:

  1. Muy bueno marquitos, me queda la duda si eran cachorros o humanos? saludos!

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    1. Un cachorro Gabi!! (No debería interferir igual, en tus conclusiones :o )

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