jueves, 7 de agosto de 2014

El álter ego a destiempo.


¿De qué estoy hecho?


Nota primerísima: 
                         Pensé sobre quién era él, y en una conclusión que me demoró unas varias vueltas al asunto resolví que no era ningún álter ego del pasado, y que probablemente, por cómo se dan las circunstancias, yo sea su álter ego del futuro, pero con un humo de verdad que me hace respirar menos (no inflar tanto el pecho) y caminar más. Algo así como un aprendiz de lo que fue, y un arrepentido de lo que podría ser si fuese, aún hoy, él
De todas formas no soy más que hoy, y estoy hecho de eso mismo, pero con la ventaja de poder recordarlo, tanto valiente como ingenuo, a él. Y en todo eso hay algo que florece y no para, ni desde su ingenuidad ni desde el actual escepticismo a medias: la palabra.
Él es el maestro que arrepiente y enorgullece mi pasado, que no habla pero habló. 

Ahí va. 

El álter ego a destiempo: confundido.
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

      -Lo más probable es que haya cambiado completamente su forma de vestir, y en consecuencia no puedo reconocerlo. Porque por algún motivo que aparentemente desconozco, él se olvidó de ser lo que era, y ahora no está, se quedó en el tiempo. Y quizás sí… obviamente sí; las razones están veladas por ese manto de su inevitable incomprensión y ese reservarse constante frente todos, frente a ustedes, frente a mí. 
Y no me sirve ahora que me digan que nadie lo sabia, y que los que -aunque ahora esté todo aparentemente bien- en los tiempos de bien me apoyaron -o mejor dicho, lo apoyaron a él y le embellecieron y le entretuvieron y divirtieron- tampoco lo sabían. No puedo creer, no es algo que pueda aceptar, tamaña incógnita… tamaña ocultación no cabe -quizás por lo taxativa que resulta la circunstancia que logra reducir hoy mis ganas- en mi cabeza. Y quiero aclarar que eso afecta directamente en mi osadía y en mi atrevimiento a la hora de volver a caminar sobre un camino tan blanco y tan vacío. Pero lo hago, eternizo la palabra. 
Y aunque quiera, no estoy seguro de si él está extraño y es casi un desconocido por su malgastada gana y su zaparrastrosa forma de vestir, cubierto de andrajos pasados; o por un renovado escepticismo ceñido sobre un entusiasmo prevenido y vigilante, latente en mí. Y es tan ancha mi duda, porque esos andrajos deteriorados eran nuevas telas de una efímera seda circunstancial, directamente proporcional a mi entusiasmo virgen, carente de las zancadas que solo una bien argumentada crítica podría proporcionarme. Defectuoso e ingenuo, descuidado y por decirlo de algún modo crudo: insuficiente; en la frente llevaba escrito “ahí voy, y ¿quién me para?” Y mientras tanto me mentían, o fingían –o creían en- un frágil don de cristal que yo mismo me encargaba de regar y enterrar en esa tierra que cubría las rajaduras que crecían y me llegaban hasta el cuello. 
Todos esos andrajos pasados que hoy lo cubren a él, yo se los fui dejando después de cada topetazo que yo mismo me atribuía. Y como un buen regalo que sobrepasa los límites de lo conocido, fue recibido de mala manera. Aquel mal-gastado y mal-usado, pero bien aprendido, ahora carga contra mí en cada oportunidad y entre golpe y golpe me dice palabras, sin hablar, que duelen pero que conquistan en mi rumbo un paso más; un paso silencioso bien en el medio de los pensamientos que al oírlo acallan y resuelven en una idea limpia antes de serle indiferente por un tiempo más. 
¿Por qué nadie me dijo la verdad hasta tal punto de recibirla toda de una sola vez, tragarme el nudo y tratar de mejorar? No fue precisamente él el encargado de darme unos golpecitos en la espalda y hacerme oír lo que decía. Fue él, sin embargo, el encargado de recibirlos. Y hoy lo recuerdo, tanto valiente como un crédulo entusiasta. Y hasta quizás en un tiempo vuelva a recordarlo y me sume, siendo hoy yo también -pero no existiendo más como ser, sino como seré-, a ese crédulo entusiasta y valiente ingenuo. Pero al menos no como un escéptico a medias en un traje de carne de “relajado pero perdido”. Y también quizás, en un futuro vuelva a decir: “Las razones están veladas por ese manto de su inevitable incomprensión y ese reservarse constante frente a todos, frente a ustedes, frente a mí… ¿por qué nadie me dijo la verdad hasta tal punto de recibirla toda de una sola vez, tragarme el nudo y tratar de mejorar?”
Me confundo... pero eterizo la palabra. 


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