Hurgando entre viejos archivos me alegré de hallar "Búhos que pesan" y mucho más al toparme con "Fragmentación en pos de Consolidación", no precisamente porque me agraden o deleiten, más bien por observar el cambio. Tantos meses me distancian hoy de aquellos textos que me enternece. Me gustan por eso, no voy a negarlo. Pero quizás sea esa ternura un mensajero que introduce sigiloso recuerdos que realmente "no recuerdo". ¿Tanto peso cargaban mis dedos?
Fragmentación en pos de Consolidación
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar
-Le digo, es así. Siento ácido que arde viajando de arriba a abajo por mis venas. Desde mis pies, esfumando mis energías, luego sube y estalla en mi cabeza; y en su recorrido quema todo, quema mi alma. Me diría a mí mismo, si supiera, cuándo irá a parar, pero no sé. Me consolaría -o me desesperaría- saber entonces cuándo sucederá, pero no sé. Me diría a mi mismo, si supiera, cuándo comenzó, pero no sé. Y no sé, tampoco, cómo extirparlo.
¿Cómo dejar que fluya hacia fuera? ¿Me diría usted? Mis ojos no aguantan tanto brillo, mis hombros no aguantan tanto tirar hacia abajo o hacia arriba. ¿Cómo dejar que fluya hacia fuera? Dígame usted, señor.
-Ajam...
-¿Sabe, usted, a qué me refiero?... ¿Me siente?... ¿llega hasta lo que le ruego llegue, a lo que espero alcance? Los huesos se me corroen, y sé que volverán otra vez a ser lo que fueron, pero me duelen ahora. Se trincan mis bases, frágiles bases que al final de todo ni sé si son mías o si son cartones que alguien dejó por aquí.
Parece después de todo que existe, oscura, una verdad que estoy lejos de descubrir, pero que mis emociones sospechan. Mis enojos sospechan. El ácido es la fiebre de aquella verdad, que como siempre suele aparecer en forma de enfermedad. Las ideas no se me caen, no aparecen, no se vislumbran, es demasiado oscuro para lo que acostumbraba. Entonces cuando palpo, con las yemas de los dedos, alguna que haya caído al suelo configuro su forma, la tanteo en la oscuridad, me desespero. Me desespero y trato de asimilarla rápido, de discernir bien su forma en esta basta y ruda oscuridad que abarca de punta a punta mi pesada, rota y descocida mente. ¿Cuánto más hondo tengo que recalar? ¿Estará esperando alguna especie de inconsciente en la que guardo cual cajón mis más profundas verdades? ¿Qué me falta y qué me sobra? ¿Es algo que tengo que beber?, encuentro allí el alivio, sí, pero no. ¿Algo que tengo que comer?, encuentro allí el deleite, sí, pero no... ¿Todavía es tiempo de búsqueda? Dígame, señor. ¿Me diría usted qué debo hacer? Estoy desesperando, señor.
-Ajam...
-Otras veces, señor, me peleo a mí mismo, como un loco. Estamos todos nosotros y solamente yo, dentro de una gran habitación de mármol blanco que se balancea sobre cefaleas que vienen y van, y en medio una gran mesa traída del Olimpo mismo, donde todos apoyamos las manos, y cruzamos las piernas en un gesto increíblemente soberbio. Posan sus ideas, pues, allí en la gran mesa. Hacerlas converger es un verdadero reto que aún no he logrado solucionar, no he tenido la suerte ni siquiera con esa "gran" y pobre ayuda que nos brindamos, bueno, me brindan. Él, el auto-compasivo, me llueve con auto-compasión las ganas de cuestionarlos a todos ellos. Entonces no tengo nunca la culpa, y Auto-compasivo entonces contenta con el resultado a favor de la postura suya. He llegado, en esas discusiones, a pensar que todos tienen razón y que ninguno tiene alguna buena explicación. No me queda más remedio entonces que darle la razón a Auto-compasivo y ofrecerle mis disculpas por el mal trato, y compadecerme entonces, por él y por mí.
-Ajam…
-Entonces ¿qué?, señor.
-¿Cómo es que estamos entonces, señor, sólos aquí, nosotros dos? ¿Y los demás? ¿Y el Auto-compasivo?
-¿Qué está queriendo decir, señor?
- Es tan claro como esta mesa del Olimpo y estas paredes de mármol blanco, señor. Hemos logrado reunirnos los dos. Ya no se ha desintegrado lo suficiente como para confundirse, señor. ¿Logra ver lo que yo veo? Pues yo veo lo que usted ve, y por usted veo, y por usted pienso. ¿Me dejarás regresar?
- No señor, me temo que no. Estoy en aprietos y no me sirve entonces hablarle de mí, si usted no me ayuda. Le he dicho todo, le he contado sobre la gran verdad que no he podido descubrir, sobre la fiebre, el ácido, Auto-compasión, mis miserias, mis ganas, mis dolores, mis totalidades, mis enfermedades... y usted no sabe que decirme. ¿Usted no sabe que decirme?
- Bueno, pues lo ha logrado no ahora, sino conmigo. Lo ha pensado todo usted, lo he pensado todo yo. Sin embargo yo puedo marcharme si ese es su deseo, y podrá ser feliz usted, por primera vez fragmentándose de verdad. A veces soy yo el problema, su problema. Nuestro problema.
-No, señor. No hasta derramar todo el ácido de la verdad y derrumbar sobre nosotros, sobre mí, las paredes de tan pulcro y al mismo tiempo sucio mármol blanco.
Búhos que pesan.
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar
Abrí los ojos y destaparon mis oídos con un golpe "¡Pum!". Después, silencio. Sopla un viento tímido, lejos. Siento mis ojos como una cortina de polvo que bajan hasta mi nariz y me contamina cada vez que respiro, estoy ahogándome con lo que no puedo ver. Sé que es difícil, pero existe una sensación en mí de que esto siempre nos pasa alguna vez en la vida. Si echo a correr tropiezo, eso también lo sé.
¿Cómo sé que no es un sueño? ¿Por qué estoy tan seguro? ¿Es porque no soy feliz, pero tampoco es una pesadilla? Esta pasando de verdad, en los sueños uno es feliz o uno tiene pesadillas, no hay más alternativas. Esto es real; no estoy siendo feliz pero está lejos de ser una pesadilla, como las pesadillas que dicen ser pero que son en realidad unos asteriscos de goma cayendo como lluvia desde un cielo sin estrellas ni nubes, desde un vacío producto de una conciencia histérica.
Puedo oír el sonido de los búhos, por aquí, por allá, por detrás, bajo mis pies. Siento estar sobre una lámina, una delgada lámina de fe a punto de romperse, librándome la vacío, al agua helada, donde unos árboles asoman sus copas húmedas y donde un montón de búhos observan a los caídos que se ahogan lentamente. Caen los cuerpos inanimados. No, los cuerpos exánimes -a los que curiosamente mi mente se refiere como exanimis-, hasta el fondo, topándose con una delgada lámina de silencio incorruptible tanto como insondable. Ese silencio incorruptible no escucha una sola palabra, no importa qué diga uno, o qué hable uno, no escucha ni habla, no echa frase alguna; y no tiene fin, no puede verse ni su fondo ni su delgadez, ni su fragilidad ni su ancho, es un gran universo silencioso de vacío negro que brilla y deja ver en su reflejo a uno mismo, pero sin rostro, solo dos puntos negros y brillantes como botones.
No sé cómo lo sé, pero lo sé, lo siento. Los búhos parecían advertirme. Ahora parecen cantar un himno de clemencia, siento que quieren arrancarme el alma del cuerpo, quieren tomarla con sus garras y volar alto, turnarse para zamarrearla aquí y allá en un revoloteo siniestro, mientras las demás claman posadas en sus ramas. Aún no se ha roto mi capa de fe, pero yo no me he movido, y me están arrancando el alma. Y se ablanda mi fe, de a poco. Siento que si me muevo la lámina se desgarra. No quiero caer al frío sideral y frío. Prefiero dejar que los búhos me destrocen y dejen volar libre mi alma, trapo viejo que ya no sirve para tener fe.
Desperté, luego, con un gran susto. Tomé aire y comprendí que los búhos eran los años.