viernes, 6 de junio de 2014

Marcela y su contrapuesta.



   - Qué problema con vos - La observaba sin hablar. - Digo yo, qué dilema, qué problema sos - Y ella sigue sin hablar. - Qué problema. ¿Y ahora? ¿Y entonces? ¿Y vos? ¿Qué va ser de vos? - Ella seguía sin hablar, incluso le sonreía.
  Tan apenada la sonrisa se desarmó en una inspiración de aire brusca bajo una lágrima que comenzaba a tomar terreno.
  - ¿Y allí? ¿Qué hay allí? ¿Acaso hay algo en esa lágrima? - La observaba sin hablar. - ¿O es como vos? Vacía. ¡Como vos, vacía! No tenes sentimientos. Sos repudiable, Marcela. ¡Repudiable! - Ella no entendía, y se sorprendió. Se observaron los dos, pero a ella le fue inevitable echar su cara entre sus manos y llorar en silencio. Luego cerró los ojos y apretó los labios, inclinó su cabeza hacia el techo con iluminación tenue y parecía rogarle a un dios que ella tenía entendido no existía. No había a quien llorar, ni a quien suplicar. No hay a quien pedirle un sabio consejo en el puto mundo.
  - Miralo a tu marido, miralo. ¡Muerto! ¡Muerto! - Le repetía una y otra vez tomando entre sus manos la nuca de Marcela y agitándola con brusquedad.
  Marcela no entendía. Nunca había visto así a Gastón, y el nunca la había tocado, mucho menos con esa brusquedad. Pero había algo en él que siempre había detestado. Ahora estaba inculpándola, y Marcela no entendía. Marcela no entendía nada. Marcela no podía entender y no entendería. Aturdida comenzó a gritar a cuenta gotas. Pequeñas quejas que no aumentaban su volumen. No podía hacer nada al respecto, la voz no le alcanzaba ni le hacía caso, y sollozaba entonces arremetiendo una profunda inspiración de aire seguida por exhalaciones que no duraban nada, para inspirar otra vez con más fuerza y profundidad. Y así, con los ojos cerrados tomaba con sus dos manos el brazo de Gastón enredado entre sus cabellos despeinados, mientras la sacudía con mucho nervio.
  Se detuvo. Marcela observó aquel rostro asqueroso que tantas veces había evitado cuando se acercaba hacia donde estaban ella y Esteban, su ex marido ya difunto. Recordó cuánto lo detestaba. La mirada se le incendió y lo miró con furia.
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  Marcela había estado varias horas ya en el lugar, muchos allegados habían venido y marchado. Otros no habían venido, y algunos recién llegaban. Pero quedaban pocos, pareciera que todos olvidaron que la muerte se celebra. Es tan irónico.
  Hablar con María le había hecho bastante bien. Ella le aconsejó "que ya está", que trate de descargarse, que se ponga mejor, que así va a ser más fácil. Muchas cosas que María había pensado desde su casa, y que le había dicho antes de marcharse. Marcela había pasado tantas horas llorando como duró el velorio hasta su encuentro con María, y allí se calmó.
  Ella y Esteban estaban divorciados hacía 2 años. Aún hablaban, poco, pero al fin y al cabo, sin olvidarse. Quien organizó el velorio fue Marcela. Quien estuvo allí desde el inicio fue Marcela. Quien estaría hasta casi su final, sería Marcela.
  Sentada al lado del cajón, sin derramar lágrimas, más ya las había derramado todas. Ve llegar a Gastón, y él la ve, allí, sentada al lado de su difunto amigo, casi un hermano. Y ésta no derrama ni una lágrima, por su suerte y desgracia.
  Gastón al enterarse de la noticia lloró como no había llorado en su vida, y bebió como sí bebía. Se durmió y retrasó para el velorio, pero allí estaba, abriendose paso entre un olor a mortandad y vacío, entre nadie. Y la vio allí, Marcela, sola, sentada en la humilde silla de algarrobo al lado del cajón negro, iluminada por las luces tenues en el techo, sobre un suelo de cerámicas blancas brillantes, y junto a unos floreros de barro con flores, y coronas. Todo le retorció el pecho y el estómago, y ya no estaba más allí, estaba dentro del cajón, con Esteban.
  Se acercó despacio, esperando ver el sufrimiento en carne reflejado al rostro de Marcela. Marcela le sonrió, y esperaba un abrazo que nunca llegó. Él la invitó a pararse y estando a su lado tomó del hombro de Marcela. Entonces muy suave comenzó a hablarle.
  - Marcela, él era mi amigo, y está muerto. ¿Qué voy a hacer? - Mientras una lágrima descendía por el rostro blanco. - Marcela, ¿qué voy a hacer? ¿qué vamos a hacer? - Marcela lo miró y simplemente no dijo nada.
  Guardaron silencio un momento. Gastón esperaba confesiones, esperaba condolencias.
  - Marcela, él te quería tanto. Y vos ¿por qué no lo querías? - Ella miró directo a sus ojos y sin poder hablar quería decirle que estaba equivocado. De pronto tuvo miedo de que fuese eso real, que ella realmente no lo haya querido como creía. Pero ella lo amaba, y tanto que ahora estaba muerto. Y sintió que era su culpa el verlo allí, yaciendo dentro de un traje negro y una historia que no fue.
  Sus ojos tampoco supieron decirle nada a Gastón, que se mordía los nudillos para aguantar.
  - Qué problema con vos - Ella no decía nada, y él la observaba sin hablar - Digo yo, qué dilema, qué problema sos - No lo entendía, quiso llorar, pero aguantó. Pensó que simplemente estaba entrando en crisis y que ella debía consolarlo un momento- Qué problema. ¿Y ahora? ¿Y entonces? ¿Y vos? ¿Qué va ser de vos? - Solo le salía sonreír un poco. Pero quebró.
 -¿Y allí? ¿Qué hay allí? ¿Acaso hay algo en esa lágrima? - La observaba sin hablar. - ¿O es como vos? Vacía. ¡Como vos, vacía! No tenes sentimientos. Sos repudiable, Marcela. ¡Repudiable! - Sus gestos indicaban que estaba rogando a un dios que no existía. Pero no entendía en realidad, y sentía que alguien le gritaba, y recordaba a Esteban, y por dentro se sanjó en dos partes totalmente equidistantes. Y ya no era ni una ni otra, sino un cólera que subía como lava entre ambas partes. Sentía ahora que Gastón le gritaba, y que le tomaba de la nuca, y la sacudía. Trató de soltarse tomándole de sus brazos, pero era inútil. Seguía escuchando su voz como eco, y se aturdió.
  En seguida éste lo soltó. Se observaron. El cólera hizo de Marcela su contrapuesta. Empujó a Gastón con todas sus fuerzas y este cayó sin poder hacer equilibrio, tomó el florero de un metro de alto que al lado del cajón adornaba el lugar, y lo golpeó con fuerza en la cabeza de tantas veces como aguantó el fondo del adorno. El florero se destrozó, y cuando observó a Gastón, ya no era él, sino un montón de sangre inundando sus ojos y el rostro.
  Esteban estaba ahí, frío. Los muertos no hacen justicia, ni Marcela la violencia.

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