miércoles, 4 de junio de 2014

La Barrera.


Barreras, siempre barreras.
Simples barreras.
Clavadas al suelo, entre la niebla. Barren con todo.
No hay quien las arrumbe del camino. Simplemente no hay.
Simplemente barreras.
Siempre barreras.

Hablemos de La Barrera ahora.

Y la campana también.
Existe allí, antes de topar con la barrera, una campana.
Y quien tira de la cuerda unida a su badajo
para golpear el cuerpo de la campana también existe.
Y ésta emite su sonido.
Y hay además una luz roja rutilante que avisa cuando se está acercando uno mismo.

Pero uno mismo, aunque escucha la campana,
viendo aún la luz,
y sabiendo que allí topará.
Pues allí topará.

Así y todo pareciera uno encariñarse.
Algunas veces al menos.
Y lo lógico sería pensar que por estar allí cuando nada se ve
sea quizás una razón por la que se aferra algún brujulero,
sabe allí donde esta, pero no donde se limita.

¿Qué hace su dureza?
¿Por qué allí?
¿Por qué no antes?
¿Por qué no después?
¿Qué hace a la barrera?

Lo gracioso es que La Barrera de la que hablo lejos esta de ser una Tapia limitándonos a volver
y caminar una y otra vez sobre el mismo césped hasta gastarlo.
Lejos esta de ser la barrera de hielo Filchner-Ronne.
Mucho más de ser la Muralla China, claro está.

Cuando uno lo comprende, comprende un poco mejor...

[...]

¿Y la Campana?

¿Y la Roja luz?

¿Y la Niebla?


¿Y la Barrera?

De repente se encuentra uno preguntando "¿Dónde está la Barrera?"




Marcos Hillebrand.

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