viernes, 30 de mayo de 2014

El Disco (Jorge Luis Borges).

  Y un día el Shaquerla se iluminó: Gracias Nico!



Marcos, 
  
  No pecaré del cliché de adularte por el material onírico del que está hecho tu Blog. (Risas cuidadas). Seguí por este camino y quizás algún día encuentres la palabra buscada por Borges en UNDR (al cual remito).
  
  Para aportar a este sueño compartido mediante el cual labramos el mundo o su representación, lo que es lo mismo, te propongo "El disco", un afable relato de Jorge Luis Borges que nos deleita con una suave música de apenas más que una sola carilla. Después vendrá la poesía de un inhallable objeto fantástico de un solo lado y el análisis cognitivo de la codicia como pecado y tema capital del cuento, pero eso ya es arbitrario.
   
  Desde ya la advertencia de que este cuento se debe leer en papel, y si esta atacado por el amarillo tiempo tanto mejor. 

  Cuando se lo terminé de leer a Santiago, me quedó mirando mudo y luego reclamó "Otro!". Ojalá fuese tan fácil.   
  
                                                                                                             Nicolás Agudiak.
                                                                                                      "El papá de Santi chiquito"      


                                                                    EL DISCO
                                                                                                                Jorge Luis Borges
                                                                                                              El libro de arena (1975)

 Soy leñador. El nombre no importa. La choza en que nací y en la que pronto habré de morir queda al borde del bosque. Del bosque dicen que se alarga hasta el mar que rodea toda la tierra y por el que andan casas de madera iguales a la mía. No sé; nunca lo he visto. Tampoco he visto el otro lado del bosque. Mi hermano mayor, cuando éramos chicos, me hizo jurar que entre los dos talaríamos todo el bosque hasta que no quedara un solo árbol. Mi hermano ha muerto y ahora es otra cosa la que busco y seguiré buscando. Hacia el poniente corre un riacho en el que sé pescar con la mano. En el bosque hay lobos, pero los lobos no me arredran y mi hacha nunca me fue infiel. No he llevado la cuenta de mis años. Sé que son muchos. Mis ojos ya no ven. En la aldea, a la que ya no voy porque me perdería, tengo fama de avaro pero ¿qué puede haber juntado un leñador del bosque? 

  Cierro la puerta de mi casa con una piedra para que la nieve no entre. Una tarde oí pasos trabajosos y luego un golpe. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto y viejo, envuelto en una manta raída. Le cruzaba la cara una cicatriz. Los años parecían haberle dado más autoridad que flaqueza, pero noté que le costaba andar sin el apoyo del bastón. Cambiamos unas palabras que no recuerdo. Al fin dijo: 

- No tengo hogar y duermo donde puedo. He recorrido toda Sajonia.- Esas palabras convenían a su vejez. Mi padre siempre hablaba de Sajonia; ahora la gente dice Inglaterra. 

  Yo tenía pan y pescado. No hablamos durante la comida. Empezó a llover. Con unos cueros le armé una yacija en el suelo de tierra, donde murió mi hermano. Al llegar la noche dormimos. 

  Clareaba el día cuando salimos de la casa. La lluvia había cesado y la tierra estaba cubierta de nieve nueva. Se le cayó el bastón y me ordenó que lo levantara. 

- ¿Por qué he de obedecerte? - le dije. 

- Porque soy un rey - contestó. 

  Lo creí loco. Recogí el bastón y se lo di. 

  Habló con una voz distinta. 

- Soy rey de los Secgens. Muchas veces los llevé a la victoria en la dura batalla, pero en la hora del destino perdí mi reino. Mi nombre es Isern y soy de la estirpe de Odín. 

- Yo no venero a Odín - le contesté -. Yo venero a Cristo. 

Como si no me oyera continuó: 

- Ando por los caminos del destierro pero aún soy el rey porque tengo el disco. ¿Quieres verlo? 
Abrió la palma de la mano que era huesuda. No había nada en la mano. Estaba vacía. Fue sólo entonces que advertí que siempre la había tenido cerrada. Dijo, mirándome con fijeza: 

- Puedes tocarlo. 

  Ya con algún recelo puse la punta de los dedos sobre la palma. Sentí una cosa fría y vi un brillo. La mano se cerró bruscamente. No dije nada. El otro continuó con paciencia como si hablara con un niño: 

- Es el disco de Odín. Tiene un solo lado. En la tierra no hay otra cosa que tenga un solo lado. Mientras esté en mi mano seré el rey. 

- ¿Es de oro? - le dije. 

- No sé. Es el disco de Odín y tiene un solo lado. 
Entonces yo sentí la codicia de poseer el disco. Si fuera mío, lo podría vender por una barra de oro y sería un rey. 

  Le dije al vagabundo que aún odio: 

- En la choza tengo escondido un cofre de monedas. Son de oro y brillan como el hacha. Si me das el disco de Odín, yo te doy el cofre. 
Dijo tercamente: 

- No quiero. 

- Entonces - dije - puedes proseguir tu camino. 

  Me dio la espalda. Un hachazo en la nuca bastó y sobró para que vacilara y cayera, pero al caer abrió la mano y en el aire vi el brillo. Marqué bien el lugar con el hacha y arrastré el muerto hasta el arroyo que estaba muy crecido. Ahí lo tiré. 
  Al volver a mi casa busqué el disco. No lo encontré. Hace años que sigo buscando.  

viernes, 23 de mayo de 2014

De frío manchada la pálida piel. Que bien le queda...

Esto es como para contar, porque nunca me pasó.
Con ella nos entregamos a la intemperie de la noche fría, un rato al menos,
porque después nos encanta abrazarnos y frotar nuestros abrigos, y nuestras pieles.
Y así, con la piel fría nos gusta querernos...
Por eso nos gusta el frío un poco.
Pero no el frío en calendario, el frío en presencia, y en esencia un poco menos,
porque nos gusta saber que nos ayudamos, que nos calentamos.
Nos gusta saber que nuestras pieles se extrañan.
Y por eso es como para contar, porque a mi nunca me pasó,
que la piel me pida desconocerme y buscarla,
para poder unirse de nuevo a mi, y a ella,
pidiendo lo caliente de sus yemas, lo suave de sus dedos
derritiendo mi cuerpo como cera, y uniendo de nuevo mis pedazos.
Y por eso el frío me gusta un poco, y antes no me gustaba...
...Antes no me gustaba porque estaba solo. Pero ahora me gusta el frío,
y a ella también, para poder abrazarme. Para poder abrazar, mi cuerpo frío.
Y tiritar no tanto, porque tiritar ya es un extremo.
Cuando tiritamos es hora de entrar de nuevo, y ahí si... abrazarnos.
Como si hubiesen pasado años en el balcón,
Como si mil y dos lunas hubiesen dominado la noche
y estuviésemos a punto de olvidarnos de ella, por tanto mirarnos a nosotros.
Mirarnos bien a los ojos, o mirarnos bien a los labios.
Y por eso nos gusta el frío, porque también, como la luna y el sol,
como el verano y la primavera, como su piel y mi piel,
se hace esperar, y cuando nos llama, cuando viene, se nota aquella su ausencia,
como cuando todo está perfecto, y se olvida uno de resguardar su fe.
Por eso nos gusta el frío, y tiritar no tanto, porque tiritar ya es un extremo,
Nos gusta el frío. Porque con las pieles frías, nos gusta abrazarnos.


Marcos Hillebrand.

jueves, 22 de mayo de 2014

Lagota.

¿Y cómo no se es obvio? La gota transparente conoce el agujero negro...y playo.

  Desprendiéndose del techo una gota, como desprendería de sus brazos una madre a su hijo único, que con nueve años carga la mochila al hombro y sube al tren que lo llevaría directo hacia algún agujero negro: La madre tomada de los brazos por tipos vestidos de gris, y el niño introducido de forma pacífica dentro del tren por tipos vestidos con una capa de invisibilidad. El niño sin llorar, la madre rasgándose el alma en un llanto ensordecedor, cargado de blasfemas, mientras que con la punta de sus dedos siente por última vez la suave piel de la mano de su hijo. Así se desprendía la gota del techo, y caía al agujero negro entre las rocas. Tan infinito como húmedo, tan indescifrable como descifrable, tan común, tan extraño.
  El agujero negro entre las rocas ve acercarse la gota en cámara lenta. Un cielo gris oscuro, con nubes color ceniza que adornan de forma fantástica el fondo de lo que sería una excelente fotografía, mientras se ilumina la gota por la luz de los rayos, y tiembla el suelo por el trueno. El agujero negro, sumido en la inmensidad del esteticismo de la gota en caída, teme y se recoge sobre su eterna profundidad, como escondiendo un alma frágil, imposible de ver entre tanta roca que hace al agujero negro en su esencia.
  Se acerca la gota, inmutada de su enormidad, al suelo. Le espera en éste, un agujero negro pálida donde, sin saber, la gota mojaría la eternidad, convirtiendo las estrellas en tierra, y el universo en suelo.
  Distendida, la gota encuentra su final al tocar el suelo, donde nace de una muerte al revés de los humanos. La gota nació estando muerta primero, para yacer otra vez en el frío de una nueva muerte, desconocida. Se cumple el despertar golpeando el suelo, y al instante, la gota falleció. Y distendida, repito, la gota es absorbida por el suelo y no queda nada de la gota en la superficialidad del mundo. Corriendo entre las raíces de un agujero negro tan marrón como podría ser un tronco, o dos troncos, la gota, frente a todo pronóstico, se encuentra una vez más con vida. Una vida distinta.
  Ya no existe más la gota, y el agujero negro, ignorando los efectos que en su interior ésta había y seguía generando, toma otra vez el poder místico que sus las demás gotas tanto temen, y toma fuerza de nuevo, y se cruza de brazos esperando a ver si otra "de esas" se acerca temerosa, como no lo había sido la anterior. Del techo se desprende por fin otra gota, tomando la iniciativa de la ya "muerta" y absorbida compañera, y el agujero negro no comprende, y ve acercarse la gota, entre rayos y nubes, que rugen el doble y se oscurecen todavía más. Entonces el agujero negro ya deja de ser agujero negro una vez más, y se convierte en pálido agujero verde. Y la gota termina de desprenderse, ya no como una madre de su hijo, ahora como un enfermo de su enfermedad. Y cae. Y estremece al día, y la vida. Y todas las siguen. Y mojan tanto el suelo que las rocas se hunden en un lodo denso. Y éste, de pronto, habiendo nacido del miedo, es devorado como ninguna gota había visto jamás.
  Tanto temían las gotas a un agujero negro que no devoraba ni golpeaba, tanto, tanto, que ignoraban en realidad, que el temible era quien temía, y las que temían eran, entre todas, tan temibles como un agujero negro.


Marcos Hillebrand.

Recopilando V. Viejos versos olvidados y reencontrados.

"Figúrate, que no eres más un hombre..." (Almendra)

Pero de nadie

Me siento de colección por ahí
Por estos lados y porque si
Sin saberte decir de quién
Pero de nadie, te puedo afirmar.

Me siento de colección por ahí
Pero me puedo mover y así
Darme rosca y a zigzaguear
Voy cultivando la curiosidad.

Saldré a cantar, un balcón o dos
Me esperarán, con un vino y hoy
Aunque la noche va y el día volverá
Se cosechará la amistad.

Me gusta y doy fe de verme así
Tengo un sitio dentro de mi
Y afuera por si quiero pasear
Pudiéndome así encontrar, y dar.

Darme rosca y zigzaguear
Voy cultivando curiosidad.
Saldré a cantar, un balcón o dos
Me esperarán, con un vino y hoy
Aunque la noche va y el día volverá
Cosecharán la amistad.




Marcos Hillebrand (5-11-2012)

Recopilando IV. Viejos versos olvidados y reencontrados.

Suele no ser tan profundo
pero igual de revelador.
Y tan chico es el mundo
que te miro y pienso,
si también has perdido la voz

Son las horas como hormigas,
desgarradoras y homicidas.
Y una heterogénea solución,
mil pedazos que son imposibles de juntar
se juntan. Para cortarnos la piel...
¿También has perdido la voz?

"Canta a mi lado como yo no canto,
y cantaré a tu lado como tu no cantas",
cantamos en silencio los dos,
y volviendo a recobrar la voz.
¿Hemos olvidado al dolor?
¿Hemos recobrado la voz?



Marcos Hillebrand.

Recopilando III. Viejos versos olvidados y reencontrados.

En el puñal del arroyo, mientras corre veloz,
busca una sombra su sendero.

Y en el puñal de mi arroyo, busco en el barro un beso que pasó,
Volver y ser eterno.

Busca un beso que pasó,
Volver y ser eterno.



Marcos Hillebrand.

Recopilando II. Viejos versos olvidados y reencontrados.

Las horas fugitivas del sol.

Las canciones cada vez hablan mas por mí.
Y en algunas ocasiones me olvido de morir.
Todos los días del verano el invierno quiere estar
en tu mente, y no en vano te hacen titubear 

Y el corazón: la demanda...
Se escapa siempre a la nada
Y cuando lo necesito... Se lleva mis abrigos

Pero suenan los acordes...
Y bailo con tambores en el pecho, 
y se sacude el cuerpo, fuerte el pecho.
¡Hay enrosque! Caliente el pecho.
La garganta hoy tiene trueno.

Una canción o una postal, que da vida completa.
Momento con eternidad.
Miradas verdes, rojas, azules, grises y negras.
Obtengo un segundo la eternidad.
Almas que recuerdan, viajes hasta el cielo,
y bajan por un sorbo mas de felicidad.
Alegría.
Que no salga el sol con esta noche que da vida
Serenas las horas no son aburridas. Por fin.
Serenas las horas no son aburridas. Por fin.!
No son aburridas, por fin, no son aburridas.
Las horas fugitivas del sol. Por fin!
Las horas fugitivas del sol.


Marcos Hillebrand.

Recopilando I. Viejos versos olvidados y reencontrados.

Bajo el mismo Árbol.

Sabes como ensuciarte.
Sabes como encontrarme y,
que al desarmarme te busco en mis pedazos

Antes de acostarme haré gritar tu nombre,
por si estás dormida,
puedas escucharme

Y en una sombra más...Bajo el mismo árbol...
Alejados por...
Una distancia infernal que nos separa... y amarra.

Bebe de mis libros.
Toma mi mano en tregua una vez.
Pero no comas de mi abrazo... que por el tiempo muerde
Y no hay como evitarlo...Si te has curado lejos.
Si te has curado lejos...no queda nada por arder.



Marcos Hillebrand.





miércoles, 21 de mayo de 2014

- "alemental" - "asencial" -

  Se carga el nido, cada vez más, de plumas negras y humedad. Sueña el pajarito de plumaje amodorrado encontrarlo todo roto al nido una mañana, y poder volar como nunca voló.
  No se busca en las pajas la raíz. Tan secas, tan reventadas. Tan en su final las pajas.  Ni espinas en las alas, ni remiendos en el pico, ni plomo en las patas, ni heridas en la piel o veneno en las heridas; eso no se busca, y si se busca, ni se encuentra, digo yo porque no están. No se busca, porque si se busca, no se vuela tampoco. Y no se encuentra, y uno tampoco se encuentra. Entonces, eso no se busca, pero sin embargo se sigue buscando; uno busca.

  En un sopor a punto de dormirse para siempre, el ave comienza a soñar, y el sueño del ave también comienza a soñar. Un sueño primero, después el siguiente, y el siguiente, y así uno tras otro. Y van muriendo los primeros sueños, y cada sueño que le sigue al anterior es más cortito, más fácil, más cercano, más vacío... menos sueño. Cada vez más vacío, y no solo en los sueños: ya en él... Y los primeros siguen muriendo, uno tras otro, como si nunca hubiese despertado... Y se embarra en la depresión, y las alas se le contagian del pus en su cabeza, hundida en su pecho, buscando algo que tiemble, algo que se mueva. Escuchando, por las dudas, si el corazón seguía todavía en su lugar, si no había escapado, como el quería, o si no había muerto, como el sabía que ocurriría.
  Moriría su corazón, sin importar que siga latiendo. Moriría su corazón, y seguiría el pum-pum, pum-pum, pum-pum...pum-pum...
  Como cualquiera de su clase -o la mayoría-, el ave tomará en sus alas que se hicieron garras, un retrato de lo que haya sido quizás un alivio, o un motor, o una carga. Con gran esfuerzo de concentración, predisposición, y fuerza muscular -tanta fuerza necesita, pobre el pájaro, sus músculos se le quebraron por el tiempo-, dejaría nuevamente la imagen sobre una vieja paja, que a pesar de nueva, siempre resultó en realidad vieja, sin raíz, sin semilla... alemental... asencial.
  Sumándose a los eventos, unos vientos fríos que ya los conocía como conocía su nido, se acercarían a soplarle el rostro, y le harían lagrimear la mirada casi cerrada en su totalidad. Casi sin dejarle ver tantas cosas, como todas las cosas que no veía todos los días. Cosas simples y esenciales: dónde había dejado el retrato, cómo estaban sus plumas, cómo estaba su cabeza, y cómo estaba su nido. Duro.
  Tan duro el nido, que ni el tiempo lo endurecía ya más de lo que había podido endurecer. Tan duro el nido, que ni el viento, ni el rayo, ni la lluvia le preocupaban. Sin intenciones, se había acostumbrado el ave a la dureza del nido, y ni el viento, ni el rayo, ni la lluvia le preocupaban más que saber cuándo saldría el sol de nuevo. Un sol que a sus espaldas brillaba tanto que le saludaba, tristemente, en vano.




Marcos Hillebrand.

domingo, 11 de mayo de 2014

La calle de las quejas. Quejosos en las veredas.

    Un día cualquiera hablando con mis interlocutores fantasiosos (yo): - "Caracterizados por “el palo” (no hay quien se salve del "palo"). Fantasiosos algunos en un mundo tan real por lo crudo y lo quejoso. Encrudece la fantasía que brilla en lo fantástico de lo real. ¡Que fantasioso!"

-          ¡Que se calle el “tipo quejoso”¡ - Se oye desde la vereda, como si ese tipo hubiese oído mis pensamientos. Tengo dudas sobre ese tipo ahora. “Tipo quejoso”, me dice. Me molestan las barbaridades que salen de la boca del “tipo-tipo” (¿tipo estándar?). Un viento vuela mi sombrero gris, "oh, viento travieso, no querrás que me queje" Pienso mientras lo junto con mi bastón marrón, bien lustrado y bien brillante. Pero el tipo vuelve a leer mis pensamientos, y grita levantando los brazos, arrugando su camisa blanca y forzando los botones de su chaleco negro:
-          ¡Que alguien calle al tipo quejoso¡ - Después de repetir la bendita queja media docena de veces, la voz del tipo-tipo (que ya no es más) bien su volumen disminuye. Se escucha lejos y un poco más. Lo ignoro - ¡Se ha callado el tipo quejoso¡ ¡Se ha callado¡ ¡Escuchad nada más, se ha callado¡ - A penas oigo, con suerte al tipo-tipo, que es en realidad el verdadero tipo quejoso, su voz parece salida de un cine a unas varias decenas de kilómetros, que suerte.
- ¡Cállate ya, tipo quejoso¡ - Le responde otra voz al tipo quejoso, un tipo cansado. Y el tipo cansado es tan quejoso como el tipo quejoso, que ahora es un tipo callado. ¡Que fantástico!
  Un momento… ¡Resultó ser que el tipo quejoso también era yo, el tipo fantasioso! Quejando del tipo cansado; y del tipo-tipo, tipo quejoso. ¡Que quejoso¡
  Continúan gritándose de vereda en vereda los tipos quejosos, ya cansados de insultos y quejas. Se marchan a sus casas, donde se quejarán a su mujer del tipo quejoso, y su mujer se le quejará por ser un tipo quejoso. ¡Cuántas quejas en un mundo quejoso! ¡Que fantasioso!
  ¡¿Por qué tantas quejas en un mundo tan fantasioso?!

-          ¡Cállate, tipo quejoso! – 




Marcos Hillebrand.

viernes, 9 de mayo de 2014

Palabra. Pausa. Esteticismo. Zeta.

Alforja
Bronca
Cúspide.

Día
Escenario
Fuerza
Goce,
Hijo.

Incendio
Jirafa
Karma,

Lapacho
Medusa
Nacimiento.
Obsequio.

Paz
Razón
Sinceridad.

Trueno
Unión
Veloz
Whisky
Xilófono.

Yelmo...
Zeta...

jueves, 1 de mayo de 2014

De pequeño ave a sabio. ¿O de sabio a pájaro?



Abrir las alas. Despegar el vuelo. Despegar del suelo. Salir de las ganas. Conocer Japón. Conocer Australia. Conocer Lisboa y Porto. Conocer el Distrito Federal. Conocer las Islas Canarias. Conocer Perú. Conocer Bolivia. Conocer Montevideo y Buenos Aires, Misiones y Brasilia, Santiago de Chile y Mendoza. Conocer la Pampa. Conocer la Patagonia. Conocer. Conocer el mar. Conocer Washington. Conocer Toronto. Conocer El Salvador. Conocer Cuba. Conocer China, el Everest. Tenochtitlán. Alaska. Afganistán. Conocer la India, conocer Siria. Aterrizar en Madagascar. Aterrizar en Rusia. Aterrizar en Bariloche. Aterrizar en Madrid. Aterrizar en Sudáfrica. Aterrizar en Londres. Aterrizar en Egipto. Aterrizar en Ghana. Caer en el Sahara. Caer en el Polo Sur. Caer en el Polo Norte. Caer en el Océano Atlántico. Caer en El Caribe. Caer en Jamaica. Caer en la Luna. Caer. Caer en Otoño. Caer en Invierno. Caer en el olvido. Abrir las alas. Despegar el vuelo. Despegar del suelo. Salir de Abril. Salir de las ganas. Conocer. Volar. Aterrizar. Caer. Abrir las alas. Despegar. Conocer.


                                                                                   

                                                                                Reflexiones de, ya, Don Atilio.