miércoles, 21 de mayo de 2014

- "alemental" - "asencial" -

  Se carga el nido, cada vez más, de plumas negras y humedad. Sueña el pajarito de plumaje amodorrado encontrarlo todo roto al nido una mañana, y poder volar como nunca voló.
  No se busca en las pajas la raíz. Tan secas, tan reventadas. Tan en su final las pajas.  Ni espinas en las alas, ni remiendos en el pico, ni plomo en las patas, ni heridas en la piel o veneno en las heridas; eso no se busca, y si se busca, ni se encuentra, digo yo porque no están. No se busca, porque si se busca, no se vuela tampoco. Y no se encuentra, y uno tampoco se encuentra. Entonces, eso no se busca, pero sin embargo se sigue buscando; uno busca.

  En un sopor a punto de dormirse para siempre, el ave comienza a soñar, y el sueño del ave también comienza a soñar. Un sueño primero, después el siguiente, y el siguiente, y así uno tras otro. Y van muriendo los primeros sueños, y cada sueño que le sigue al anterior es más cortito, más fácil, más cercano, más vacío... menos sueño. Cada vez más vacío, y no solo en los sueños: ya en él... Y los primeros siguen muriendo, uno tras otro, como si nunca hubiese despertado... Y se embarra en la depresión, y las alas se le contagian del pus en su cabeza, hundida en su pecho, buscando algo que tiemble, algo que se mueva. Escuchando, por las dudas, si el corazón seguía todavía en su lugar, si no había escapado, como el quería, o si no había muerto, como el sabía que ocurriría.
  Moriría su corazón, sin importar que siga latiendo. Moriría su corazón, y seguiría el pum-pum, pum-pum, pum-pum...pum-pum...
  Como cualquiera de su clase -o la mayoría-, el ave tomará en sus alas que se hicieron garras, un retrato de lo que haya sido quizás un alivio, o un motor, o una carga. Con gran esfuerzo de concentración, predisposición, y fuerza muscular -tanta fuerza necesita, pobre el pájaro, sus músculos se le quebraron por el tiempo-, dejaría nuevamente la imagen sobre una vieja paja, que a pesar de nueva, siempre resultó en realidad vieja, sin raíz, sin semilla... alemental... asencial.
  Sumándose a los eventos, unos vientos fríos que ya los conocía como conocía su nido, se acercarían a soplarle el rostro, y le harían lagrimear la mirada casi cerrada en su totalidad. Casi sin dejarle ver tantas cosas, como todas las cosas que no veía todos los días. Cosas simples y esenciales: dónde había dejado el retrato, cómo estaban sus plumas, cómo estaba su cabeza, y cómo estaba su nido. Duro.
  Tan duro el nido, que ni el tiempo lo endurecía ya más de lo que había podido endurecer. Tan duro el nido, que ni el viento, ni el rayo, ni la lluvia le preocupaban. Sin intenciones, se había acostumbrado el ave a la dureza del nido, y ni el viento, ni el rayo, ni la lluvia le preocupaban más que saber cuándo saldría el sol de nuevo. Un sol que a sus espaldas brillaba tanto que le saludaba, tristemente, en vano.




Marcos Hillebrand.

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