jueves, 6 de marzo de 2014

Un mínimo destello de tiempo y luz.

Mi lengua va muda, desfasada del tiempo;
Mi mundo se expande cual mancha de lectura;
Mi mente se quiebra una y otra vez,
se propaga y avanza como el gran tiburón blanco,
amenazante, sin dejar tiempo a las palabras, ni para la duda, ni para la comprensión.
De mis emblemas veo diseminarse la sangre,
como la cera caliente que del cabo de la vela se derrama.

De mis emblemas arden mis pasos.
De mi génesis se apaga y se vuelve a encender el fuego.

Sobre las cornisas del sentimiento se gesta un nuevo feto -¿durará?-,
Víctima del delirio la vela se consume hasta su base,
y así el feto muere sin conocer el infinito;
el sentimiento vuelve a su cueva,
el universo tiende sobre sí una manta blanca que apaga el misterio,
las barreras que dividen las milésimas de segundo y el infinito universo se vomitan a sí mismas,
dejando nada mas que vacío entre lo que no apreciamos y lo que no tocamos,
borrándose el destello de tiempo y luz.
El feto, que traía en su sustancia la impasibilidad y la sensibilidad,
el esclarecimiento de la duda, y la perturbación de no saber decir,
El feto, sinónimo de universo, y de alma.
El feto, personificación de la inmortalidad,
cae,
como caen estas sienes, de un cuerpo que no es el mio,
un cuerpo que no pienso reconocer, aunque no tenga dudas de que si, es mio;
asesino principal del feto,
viento austral que endurece la cera caliente,
condicionamiento carnal.

Condicionamiento carnal que no pienso abandonar,
condicionamiento carnal responsable de la gestación del feto,
una, y una, y otra vez;
condicionamiento carnal que asesina el feto,
una, y una, y otra vez.
si, una y una y otra vez.

La rutina es la hoja contaminada en la rama del condicionamiento,
y agradezco al feto de la inmortalidad,
al universo que desgarra la manta blanca que lo cubre,
y el fuego de la vela
por esfumar esa rama, al menos, por un destello de tiempo y luz.




Marcos Hillebrand.







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