jueves, 28 de agosto de 2014

Memoria de algo que se borra.




Ángeles.
 Memoria de algo que se borra.
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar


Fotografía: Jimena Castiñeyras
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/
Link de la Foto: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/14714611038/
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Ángeles arrastraba de antes problemas que aparentaban incurables. Ella no lo sabía, pero nosotros sí; o eso creíamos. La recuerdo tanto que su vacío todavía me llena. 
Un día no volvió a casa y cuando llamé a su celular no contestó. Había tomado un colectivo por la mañana hacia Rosario. Pasó unos días en casa de Miriam -su hermana- y su novio Carlos. Yo me enteré recién a los tres días, pero me tenía acostumbrado. 
Desde que la conocí siempre tuvo esa su forma de ser. Pero no fue hasta recién seis meses después del primer día de convivencia que comencé a descubrir los verdaderos problemas. No así las raíces. Una mañana decidió no levantarse y le dije que me esperase al mediodía, que llegaría de trabajar y saldríamos a pasear. Cuando llegué seguía acostada y no quiso levantarse. Así estuvo tres días y yo no sabía más que hacer. Tres días sin hablar de nada, solo unas escasas preguntas y respuestas desganadas como pelotas de ping pong rebotando una y otra vez en las cuatro paredes de la habitación. Al cuarto día, cuando llegué de trabajar y abrí la puerta sentí el aroma único de su sopa. Me levantó el ánimo, pesado. No puedo olvidar las sensaciones de aquel día. El departamento ya no era invisible, ya no era un cubo de cemento lleno de niebla en un espacio vacío de nuestra historia. El sabor en el aroma era delicioso, y cuando la vi ahí cocinando con una sonrisa, casi me caí, casi lloré. Yo me decía que simplemente había descansado de misteriosos trámites que la tenían a maltraer del otro lado de la almohada. 
Así como esa historia hubieron muchas, y cada vez se sucedían con más frecuencia. A comienzos del 2012 yo debía viajar cada quince días a Santa Fe para dar unas clases los viernes a la tarde y los sábados por la mañana. La primera vez volví el mismo sábado por la tarde, la segunda también. La tercera vez decidí visitar a Gerardo, un amigo que teníamos en común con Ángeles pero que no veíamos hace mucho. Ese fin de semana regresé el domingo; la encontré durmiendo y luego todo siguió normal, dos o tres días completamente postrada en la cama, a veces incluso la oía llorar. Pero no hablábamos, ella no quería hablar. A veces me acercaba para leerle alguna poesía, o alcanzarle algún libro. "Nadie la entendería" me dijo, y yo fui tan idiota de creérmelo. No hice más que eso, dejarla ser en la cama, dos o tres días. No debía ser así, yo debía haber hecho algo más, ella necesitaba un giro, aire, cambio. No bastaría nunca con verla ser un algo inanimado. Pero no lo sabía. Y ahora no sé si lo sé, pero para intentar no era necesario saber.
La cuarta vez ella fue conmigo, y lo pasamos bien, dormimos en el hotel de las veces anteriores y ella estaba alegre; había cambiado de aires, al menos un poco. Ya no fue dejarla sola en casa y saber que sus ojos no se abrirían en todo el fin de semana, que sus caderas le dolerían por tanto permanecer acostada. Era saber que no me extrañaría y no lloraría. Ella me extrañaba y lloraba por mi, yo lo sabía, pero aún así no me sentía querido. Me sentía un amuleto, pero yo le quería y eso me bastaba para permanecer a su lado. Si yo le servía, le seguiría sirviendo. 
La quinta vez me rogó no ir, la invité, me dijo que no, que quería quedarse, que no estaba bien. Me rogó que yo también me quedase, pero marché sin hacerle caso. Era mi trabajo y yo estaba convencido en que debía esforzarme. Es una buena filosofía, pero Ángeles necesitaba de mi tiempo, al menos un poco. El sábado a la mitad del día, a penas comenzaba a almorzar recibí una llamada que parecía venir de un paralelismo fantasmal. Me taladraba lenta y profundamente los cesos a la vez que se iba disolviendo en un escalofrío seco por todo el largo de mi espalda, deviniendo en un eco fatal: "Ángeles se suicidó, Rubén, se suicidó. ¿qué pasó? Se suicidó, decime, Rubén..." La voz de Miriam, suave pero rasposa, se desvanecía dentro de mi cabeza hasta desaparecer en un murmullo insoportable atado al mundo real del que ya no era actor. Caía lento en ese pequeño agujero negro sobre el que mis ojos se habían desmayado.

Ahora, un año después, la extraño, y ya no me esfuerzo tanto en el trabajo, no puedo. Recordarla me lleva tiempo y me demanda esfuerzo; pero me gusta recordarla, no me quejo. Sí me duele que los momentos se borren, lentamente, uno por uno. Sólo quedan o los más importantes o los más dolorosos... Pocas veces los más bellos. Pero no me quejo, me gusta recordarla. La sopa de aquel Martes y el Sábado soleado de la mudanza. El viaje a Mar Del Plata con Jazmin y Ernesto en su "Fitito" verde, las risas en el teatro, los abrigos en la playa y la ironía de abrazarnos porque teníamos frío en pleno 25 de Enero. 
Miriam a veces me visita y hablamos de Ángeles. Ella llora sus lágrimas mientras yo la observo y lloro por dentro, como casi todos los días. Sebastian, su hermano menor, ya tiene 8 años. No volví a verlo desde aquella semana de invierno en que vino de visita a casa con 6 añitos. "Tío", me decía, olvidarlo jamás. Miriam es lo último que queda en el mundo, vivo, que me conecta con Ángeles. Hasta hace tres meses tenía sus pertenencias en algunas cajas, pero Miriam me sugirió deshacerme de ellas y quedarme con lo más importante. Tengo en mi armario su vestido blanco a lunares rojos, tan pijama como vestido de gala; su cámara de fotos analógica, la poesía que le gustaba que yo le leyera cuando pasaba días en cama y la poesía que me escribía. Lo tengo todo tan intocable que ni la muerte se va a encargar más de alejarme de Ángeles. 
Pese a sus cosas, la casa está completamente muerta, no tiene más vida que las ventanas. No duele ni embellece, no hace nada, no dice nada, las paredes están quietas y mudas, frías. Algunas veces despierto en medio de la noche, alterado. Sueño el departamento lleno de vida como hace años, en algunas reuniones. Sueño al departamento hecho hogar. Sueño a Jazmín y Ernesto, a Gerardo, Agustina, Julio, todos bebiendo vino como aquellas noches en que poníamos discos de Jazz que no conocíamos y hablábamos hasta que la lengua se nos caía en el bolsillo y no articulábamos palabra más que "sí" o que "no". Y detrás de todos aparece ella, lenta y en forma divina. Pero su mirada me apena, y aunque esboza cariño me da tristeza, y me sonríe para no apenarme, y aunque intento reír no puedo. Lloro, y le hablo sin decir nada, le hablo con el alma.

-Ángeles. Ángeles, no te vayas ¿si? No te vayas, quedate. Ángeles...Ángeles...

Suelo soñarla, y todo es tan vívido que me gustaría poder engañarme con facilidad y vivir inmerso en el sueño. Sé, sin embargo, que son sueños, y que no es cuestión de días hasta despertar sino algunas pocas horas -cuando consigo dormir. Es por eso que a veces me paso dos o tres días tirado en la cama.

Un viernes que duró hasta el lunes, acostado en la cama, dormía y despertaba en secuencias de tres horas. Estaban todos, igual que las veces anteriores, bebiendo, riendo. Yo me acercaba al espejo cuando nadie me observaba, y lloraba en el reflejo, pero cuando ellos me hablaban entre carcajadas yo también reía, y no estaba ya llorando. Sin embargo el espejo seguía allí, y cada vez que me miraba veía mis lágrimas. Y cuando observaba a Ángeles ella no hablaba ni lloraba, y podía ver en su rostro que sabía que nosotros no la entendíamos en realidad, pero que tenía sus razones. Me sonrió entre las luces tenues y las copas de vino, miró al suelo, se tocó el cabello y se marchó justo antes de despertar. Entonces entendí que nosotros no entendíamos nada, absolutamente nada.
Me gustaría hacerte saber, de alguna forma, que estés tranquila, que cuando te olvide te voy a seguir extrañando.

martes, 26 de agosto de 2014

"Fragmentaicón en pos de Consolidación" y "Búhos que pesan"

Hurgando entre viejos archivos me alegré de hallar "Búhos que pesan" y mucho más al toparme con "Fragmentación en pos de Consolidación", no precisamente porque me agraden o deleiten, más bien por observar el cambio. Tantos meses me distancian hoy de aquellos textos que me enternece. Me gustan por eso, no voy a negarlo. Pero quizás sea esa ternura un mensajero que introduce sigiloso recuerdos que realmente "no recuerdo". ¿Tanto peso cargaban mis dedos? 




Fragmentación en pos de Consolidación
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar


-Le digo, es así. Siento ácido que arde viajando de arriba a abajo por mis venas. Desde mis pies, esfumando mis energías, luego sube y estalla en mi cabeza; y en su recorrido quema todo, quema mi alma. Me diría a mí mismo, si supiera, cuándo irá a parar, pero no sé. Me consolaría -o me desesperaría- saber entonces cuándo sucederá, pero no sé. Me diría a mi mismo, si supiera, cuándo comenzó, pero no sé. Y no sé, tampoco, cómo extirparlo.
¿Cómo dejar que fluya hacia fuera? ¿Me diría usted? Mis ojos no aguantan tanto brillo, mis hombros no aguantan tanto tirar hacia abajo o hacia arriba. ¿Cómo dejar que fluya hacia fuera? Dígame usted, señor.

  -Ajam...

-¿Sabe, usted, a qué me refiero?... ¿Me siente?... ¿llega hasta lo que le ruego llegue, a lo que espero alcance? Los huesos se me corroen, y sé que volverán otra vez a ser lo que fueron, pero me duelen ahora. Se trincan mis bases, frágiles bases que al final de todo ni sé si son mías o si son cartones que alguien dejó por aquí. 
Parece después de todo que existe, oscura, una verdad que estoy lejos de descubrir, pero que mis emociones sospechan. Mis enojos sospechan. El ácido es la fiebre de aquella verdad, que como siempre suele aparecer en forma de enfermedad. Las ideas no se me caen, no aparecen, no se vislumbran, es demasiado oscuro para lo que acostumbraba. Entonces cuando palpo, con las yemas de los dedos, alguna que haya caído al suelo configuro su forma, la tanteo en la oscuridad, me desespero. Me desespero y trato de asimilarla rápido, de discernir bien su forma en esta basta y ruda oscuridad que abarca de punta a punta mi pesada, rota y descocida mente. ¿Cuánto más hondo tengo que recalar? ¿Estará esperando alguna especie de inconsciente en la que guardo cual cajón mis más profundas verdades? ¿Qué me falta y qué me sobra? ¿Es algo que tengo que beber?, encuentro allí el alivio, sí, pero no. ¿Algo que tengo que comer?, encuentro allí el deleite, sí, pero no... ¿Todavía es tiempo de búsqueda? Dígame, señor. ¿Me diría usted qué debo hacer? Estoy desesperando, señor.

  -Ajam...

  -Otras veces, señor, me peleo a mí mismo, como un loco. Estamos todos nosotros y solamente yo, dentro de una gran habitación de mármol blanco que se balancea sobre cefaleas que vienen y van, y en medio una gran mesa traída del Olimpo mismo, donde todos  apoyamos las manos, y cruzamos las piernas en un gesto increíblemente soberbio. Posan sus ideas, pues, allí en la gran mesa. Hacerlas converger es un verdadero reto que aún no he logrado solucionar, no he tenido la suerte ni siquiera con esa "gran" y pobre ayuda que nos brindamos, bueno, me brindan. Él, el auto-compasivo, me llueve con auto-compasión las ganas de cuestionarlos a todos ellos. Entonces no tengo nunca la culpa, y Auto-compasivo entonces contenta con el resultado a favor de la postura suya. He llegado, en esas discusiones, a pensar que todos tienen razón y que ninguno tiene alguna buena explicación. No me queda más remedio entonces que darle la razón a Auto-compasivo y ofrecerle mis disculpas por el mal trato, y compadecerme entonces, por él y por mí.

  -Ajam…

  -Entonces ¿qué?, señor.

  -¿Cómo es que estamos entonces, señor, sólos aquí, nosotros dos? ¿Y los demás? ¿Y el Auto-compasivo?

  -¿Qué está queriendo decir, señor?   
- Es tan claro como esta mesa del Olimpo y estas paredes de mármol blanco, señor. Hemos logrado reunirnos los dos. Ya no se ha desintegrado lo suficiente como para confundirse, señor. ¿Logra ver lo que yo veo? Pues yo veo lo que usted ve, y por usted veo, y por usted pienso. ¿Me dejarás regresar? 

- No señor, me temo que no. Estoy en aprietos y no me sirve entonces hablarle de mí, si usted no me ayuda. Le he dicho todo, le he contado sobre la gran verdad que no he podido descubrir, sobre la fiebre, el ácido, Auto-compasión, mis miserias, mis ganas, mis dolores, mis totalidades, mis enfermedades... y usted no sabe que decirme. ¿Usted no sabe que decirme?

- Bueno, pues lo ha logrado no ahora, sino conmigo. Lo ha pensado todo usted, lo he pensado todo yo. Sin embargo yo puedo marcharme si ese es su deseo, y podrá ser feliz usted, por primera vez fragmentándose de verdad. A veces soy yo el problema, su problema. Nuestro problema.

-No, señor. No hasta derramar todo el ácido de la verdad y derrumbar sobre nosotros, sobre mí, las paredes de tan pulcro y al mismo tiempo sucio mármol blanco.





Búhos que pesan.
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

Abrí los ojos y destaparon mis oídos con un golpe "¡Pum!". Después, silencio. Sopla un viento tímido, lejos. Siento mis ojos como una cortina de polvo que bajan hasta mi nariz y me contamina cada vez que respiro, estoy ahogándome con lo que no puedo ver. Sé que es difícil, pero existe una sensación en mí de que esto siempre nos pasa alguna vez en la vida. Si echo a correr tropiezo, eso también lo sé. 
¿Cómo sé que no es un sueño? ¿Por qué estoy tan seguro? ¿Es porque no soy feliz, pero tampoco es una pesadilla? Esta pasando de verdad, en los sueños uno es feliz o uno tiene pesadillas, no hay más alternativas. Esto es real; no estoy siendo feliz pero está lejos de ser una pesadilla, como las pesadillas que dicen ser pero que son en realidad unos asteriscos de goma cayendo como lluvia desde un cielo sin estrellas ni nubes, desde un vacío producto de una conciencia histérica.
Puedo oír el sonido de los búhos, por aquí, por allá, por detrás, bajo mis pies. Siento estar sobre una lámina, una delgada lámina de fe a punto de romperse, librándome la vacío, al agua helada, donde unos árboles asoman sus copas húmedas y donde un montón de búhos observan a los caídos que se ahogan lentamente. Caen los cuerpos inanimados. No, los cuerpos exánimes -a los que curiosamente mi mente se refiere como exanimis-, hasta el fondo, topándose con una delgada lámina de silencio incorruptible tanto como insondable. Ese silencio incorruptible no escucha una sola palabra, no importa qué diga uno, o qué hable uno, no escucha ni habla, no echa frase alguna; y no tiene fin, no puede verse ni su fondo ni su delgadez, ni su fragilidad ni su ancho, es un gran universo silencioso de vacío negro que brilla y deja ver en su reflejo a uno mismo, pero sin rostro, solo dos puntos negros y brillantes como botones.
No sé cómo lo sé, pero lo sé, lo siento. Los búhos parecían advertirme. Ahora parecen cantar un himno de clemencia, siento que quieren arrancarme el alma del cuerpo, quieren tomarla con sus garras y volar alto, turnarse para zamarrearla aquí y allá en un revoloteo siniestro, mientras las demás claman posadas en sus ramas. Aún no se ha roto mi capa de fe, pero yo no me he movido, y me están arrancando el alma. Y se ablanda mi fe, de a poco. Siento que si me muevo la lámina se desgarra. No quiero caer al frío sideral y frío. Prefiero dejar que los búhos me destrocen y dejen volar libre mi alma, trapo viejo que ya no sirve para tener fe. 
Desperté, luego, con un gran susto. Tomé aire y comprendí que los búhos eran los años.

sábado, 23 de agosto de 2014

Dos trastornados.



"Dos trastornados"
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar



Descarté la idea de perderme al ver que, 
después de una semana y algunos días,
vos también buscabas lo mismo.

Dos trastornados golpeándose con la mis-
ma fuerza, con las mismas ganas de presumir
una inmortalidad, aunque sin sentido, 
auténtica por la forma de lastimarnos.

Por ver quién resiste más y quién llora
menos nos reímos, nos burlamos el uno del 
otro.
Y así nos amarramos al pasado; aquel pasado
que nos vio cicatrizando de la mano,
y que hoy le cuenta al presente sobre
nuestra humillante forma de recordar
que nos necesitamos.

Dos trastornados, 
dos que se necesitan.

Fotografía: Jimena Castiñeyras.
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/
Link de la foto: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/8438537185/in/photostream/

viernes, 22 de agosto de 2014

Entre sábanas.



"Entre sábanas"

Marcos Hillebrand.
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La posición que tomamos en torno al frío, 
lejos cada uno de su génesis,
lejos de nuestro génesis, me duele.
Mudarnos de nosotros, cada uno bus- 
cando algún corazón tornasolado que
nos quite de nosotros me duele.
Pero sé que es inútil, porque en privado
yo te escribo y vos me cantas.
Y pintados los dos nos entramamos
entre recuerdos, y al rato entre
sábanas otra vez.

"Crónica del homeless burgués con la casa vacía."



"Crónica del homeless burgués con la casa vacía."

Marcos Hillebrand
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    Segundos después de comenzar a contarle a Constanza lo que me ocurría, tímido y sin levantar demasiado la voz, un vagabundo nos interrumpió pidiéndonos monedas. Constanza no tuvo oportunidad de luchar contra su inherente y bella generosidad. Yo no pude seguir. Cuando retomamos el paso, después de haber demorado algunos minutos hurgando nuestros bolsillos, ella volvió al tema y preguntó qué me ocurría.

- Ya no recuerdo bien.- Le dije y seguí paso.

Observaba las copas de los álamos silbando Minor Swing mientras Constanza me contaba algo que sonaba como una especie de tragedia. Su bulldog ingles y unos aparentes problemas de respiración innatos, creo. Pensaba en silencio; debía ser ya. 

Cuando llegamos a su casa y vi que sus hijos llegaban en simultáneo del colegio me contuve. 

- Ya llegó Jorge.- Dijo al ver el auto de su marido a un costado del garaje

Allí terminó de descargar sus balas. Una aniquilación despiadada, sin querer. Me agradeció, como siempre, mis esfuerzos por hacerle ameno aquel trabajo que ambos detestábamos por igual y yo, después de un silencio profundo, respondí con certeza.

-Bien, Constanza. Bien. Recordame nomas como aquel vagabundo; yo te voy a recordar como Constanza.

Observé su rostro lleno de confusión por un momento y luego me marché con las manos en los bolsillos y silbando Minor Swing. 

Esa misma semana renuncié a mi trabajo y me mudé de ciudad; quería estar lejos de Constanza, lejos de sus hijos y de su adinerado y estúpido marido; pero sobre todo lejos de aquel vagabundo con el que sentí tanta afinidad al llegar a casa.

Fotografía: Jimena Castiñeyras;
Flickr: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/
Link de la Foto: https://www.flickr.com/photos/jimenacasti/8438560603/
(Que lindo queda el blog con esta fotito)

jueves, 21 de agosto de 2014

Crónica de un tiovivo estático.


Crónica de un tiovivo estático.
Marcos Hillebrand.
shaquerla.blogspot.com.ar

Algunos días después de dejar de lado "Once días de Buque" me embarqué en lo que sería mi mejor cuento; y lo digo porque sé que el tiempo me dará la razón.
Sin conocer siquiera cómo funciona la razón, la abandoné al tiempo, buen encargado irresponsable de mi destino. 
¡¿Qué iba a hacer si no?! Era lo único que me quedaba. Pensándolo mejor, siempre fue lo único que tuve. 
Y así es que ni de mi tiempo ni de mi destino soy el dueño, lo único que aún me respeta y cumple conmigo es mi entusiasmo, que al mismo tiempo tiene un solo destino: matar al sin destino y sin tiempo con una buena dosis de desilusión.
Odio al entusiasmo, tan kamikaze.



martes, 12 de agosto de 2014

¿Qué me queda cuando disfruto no tener nada?



¿Qué me queda cuando disfruto no tener nada?
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar


Escucharlo crepitar sobre hojas de otoño fue delirio del más dulce,
y un enamoramiento de no acabar.
Pero dejarlo escapar resulta, después de todo, igual de placentero,
como dormir con los ojos abiertos,
y vivir y nunca despertar.

No son cosas, pero es lo que tengo.
Son las sensaciones que todavía guardo.

El escozor de rescatar diapositivas pálidas
de noches escondidos del ruido de afuera
es lo único que me perturba al dormir,
Y me despierto, amparado por la frescura matinal,
recuerdo el sueño y no estás, y si no estás ya más en mis sueños
¿por qué espero verte al lado mío compartiendo la brisa?

Gracioso es que me regocija saberte cobarde,
nauseabundo de mi despropósito que te trae de cabezas.

Pero te las arreglaste para escapar,
y dejar en medio de mi demencia un pequeño interrogante,
¿qué me queda cuando disfruto no tener nada?



Nota a color graciosísima: 
                                    Los versos se escribieron solos mientras escuchaba el Jazz alegre de Charlie Parker, las cuatro últimas canciones del disco Now´s the time. Las canciones son: Chi-Chi; I remember you; Now´s the time; y Confirmation.

*Re-editado a las 23 horas 49 minutos, el mismo día de la "subida" 

jueves, 7 de agosto de 2014

Una canción.



Una canción
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar


Aló, somos voces trémulas;
¿Qué tal? Anocheció.
Aló, viandantes sin ningún lugar.
Querida ¿qué nos pasó?

Encontrarme en otra vuelta
al que hoy te reduce a la mitad;
Abandonarlo en mi reflejo;
saber que siempre no va a ser igual.

Aló, somos voces trémulas;
¿Qué tal? Anocheció.
Aló, viandantes sin ningún lugar,
Querida ¿qué nos pasó?

Salud, por los labios rotos:
Beber de la sangre que cayó.
Salud, somos la humanidad,
jugar con fuego al qué se yo.

Y hoy ¿dónde estoy?
Si no se oye ni un adiós.
¿Quién sos vos?¿quién soy yo?
Pregunto... comiendo mi canción

Aló, somos voces trémulas;
¿Qué tal? Anocheció.
Aló. Viandantes sin ningún lugar,
Querida ¿qué nos pasó?



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El álter ego a destiempo.


¿De qué estoy hecho?


Nota primerísima: 
                         Pensé sobre quién era él, y en una conclusión que me demoró unas varias vueltas al asunto resolví que no era ningún álter ego del pasado, y que probablemente, por cómo se dan las circunstancias, yo sea su álter ego del futuro, pero con un humo de verdad que me hace respirar menos (no inflar tanto el pecho) y caminar más. Algo así como un aprendiz de lo que fue, y un arrepentido de lo que podría ser si fuese, aún hoy, él
De todas formas no soy más que hoy, y estoy hecho de eso mismo, pero con la ventaja de poder recordarlo, tanto valiente como ingenuo, a él. Y en todo eso hay algo que florece y no para, ni desde su ingenuidad ni desde el actual escepticismo a medias: la palabra.
Él es el maestro que arrepiente y enorgullece mi pasado, que no habla pero habló. 

Ahí va. 

El álter ego a destiempo: confundido.
Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

      -Lo más probable es que haya cambiado completamente su forma de vestir, y en consecuencia no puedo reconocerlo. Porque por algún motivo que aparentemente desconozco, él se olvidó de ser lo que era, y ahora no está, se quedó en el tiempo. Y quizás sí… obviamente sí; las razones están veladas por ese manto de su inevitable incomprensión y ese reservarse constante frente todos, frente a ustedes, frente a mí. 
Y no me sirve ahora que me digan que nadie lo sabia, y que los que -aunque ahora esté todo aparentemente bien- en los tiempos de bien me apoyaron -o mejor dicho, lo apoyaron a él y le embellecieron y le entretuvieron y divirtieron- tampoco lo sabían. No puedo creer, no es algo que pueda aceptar, tamaña incógnita… tamaña ocultación no cabe -quizás por lo taxativa que resulta la circunstancia que logra reducir hoy mis ganas- en mi cabeza. Y quiero aclarar que eso afecta directamente en mi osadía y en mi atrevimiento a la hora de volver a caminar sobre un camino tan blanco y tan vacío. Pero lo hago, eternizo la palabra. 
Y aunque quiera, no estoy seguro de si él está extraño y es casi un desconocido por su malgastada gana y su zaparrastrosa forma de vestir, cubierto de andrajos pasados; o por un renovado escepticismo ceñido sobre un entusiasmo prevenido y vigilante, latente en mí. Y es tan ancha mi duda, porque esos andrajos deteriorados eran nuevas telas de una efímera seda circunstancial, directamente proporcional a mi entusiasmo virgen, carente de las zancadas que solo una bien argumentada crítica podría proporcionarme. Defectuoso e ingenuo, descuidado y por decirlo de algún modo crudo: insuficiente; en la frente llevaba escrito “ahí voy, y ¿quién me para?” Y mientras tanto me mentían, o fingían –o creían en- un frágil don de cristal que yo mismo me encargaba de regar y enterrar en esa tierra que cubría las rajaduras que crecían y me llegaban hasta el cuello. 
Todos esos andrajos pasados que hoy lo cubren a él, yo se los fui dejando después de cada topetazo que yo mismo me atribuía. Y como un buen regalo que sobrepasa los límites de lo conocido, fue recibido de mala manera. Aquel mal-gastado y mal-usado, pero bien aprendido, ahora carga contra mí en cada oportunidad y entre golpe y golpe me dice palabras, sin hablar, que duelen pero que conquistan en mi rumbo un paso más; un paso silencioso bien en el medio de los pensamientos que al oírlo acallan y resuelven en una idea limpia antes de serle indiferente por un tiempo más. 
¿Por qué nadie me dijo la verdad hasta tal punto de recibirla toda de una sola vez, tragarme el nudo y tratar de mejorar? No fue precisamente él el encargado de darme unos golpecitos en la espalda y hacerme oír lo que decía. Fue él, sin embargo, el encargado de recibirlos. Y hoy lo recuerdo, tanto valiente como un crédulo entusiasta. Y hasta quizás en un tiempo vuelva a recordarlo y me sume, siendo hoy yo también -pero no existiendo más como ser, sino como seré-, a ese crédulo entusiasta y valiente ingenuo. Pero al menos no como un escéptico a medias en un traje de carne de “relajado pero perdido”. Y también quizás, en un futuro vuelva a decir: “Las razones están veladas por ese manto de su inevitable incomprensión y ese reservarse constante frente a todos, frente a ustedes, frente a mí… ¿por qué nadie me dijo la verdad hasta tal punto de recibirla toda de una sola vez, tragarme el nudo y tratar de mejorar?”
Me confundo... pero eterizo la palabra. 


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domingo, 3 de agosto de 2014

Si solo existiesen "yos"



¿Cómo sería? 
Pequeña conclusión 
¿pre-cuento?

Marcos Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar

  Después de encontrarme por primera vez conmigo mismo, en la calle, tuve pesadillas. Soñé que de pronto todos en la vía pública eran la misma persona: yo. ¿Se imagina? Un orden y un control aberrante, todos entendiéndose, no reconociéndose también, porque eso es obvio. Y del día a la mañana algunos dormirían, y de la noche al día algunos otros despertarían y beberían, solos, a pesar de conocerse los unos a los otros como parte de un mismo cuerpo.



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viernes, 1 de agosto de 2014

Un ángel entre la hiedra.


Un ángel entre la hiedra.
Marcos Ezequiel Hillebrand
shaquerla.blogspot.com.ar


Si se entrega al placer una vez más
será olvidar por qué y cómo,
si volando bajo inclusive sueña,
y se acuerda de nosotros.

Y si algún día decidiera volver, 
ya no sería más un ángel entre la hiedra.
Y no se va a acercar, ni por algo,
ni por nadie, ni a nosotros.


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